Opinión

Ortega advierte a Sánchez de los riesgos del separatismo

Unos días atrás, evoqué el mensaje que, a mi entender, enviaba a Pedro Sánchez desde sus memorias don Manuel Azaña, a propósito de la deslealtad de Companys y las patrañas que fundamentan el llamado “conflicto catalán”. El PSOE hacía suyo el relato deslegitimador de la actuación del Estado y de quienes aplicaron la Constitución y la Ley, y se asumía el propio lenguaje de Junts y ERC, llevado a la propia exposición de motivos de la proposición inicial de la Ley de Amnistía. Se ha tragado la gran mentira histórica de la permanente agresión de España contra Cataluña, desde 1714, referente que el fugado Puigdemont cita repetidamente como fecha inicial del conflicto que, gracias a él –y a las cesiones de Sánchez y el PSOE, que lo llama “exiliado”-se va a enmendar a través de un compromiso histórico, que reconoce a Cataluña como nación y que será respaldado por valedores internacionales. Y ahí estamos.
Esta vez he querido echar mano de que otro gran personaje parece habernos dejado otro mensaje para el futuro y el trance en que nos hallamos, derivados de la serie de compromisos que Pedro Sánchez debe cumplir con quienes lo han llevado a precio a la Moncloa, y le presentan, además de una supervisión y vigilancia de sus actos, y cotidiana tutela y observación, que empieza al tiempo de ir cumpliendo lo que se le impuso. Me refiero a José Ortega y Gasset aquel 13 de mayo de 1932, durante el debate sobre el Estatuto para Cataluña. La similitud de situaciones con el presente, da la sensación de que don José estuviera escribiendo para nuestros días en respuesta a la peripecia y el trance que vivimos. Aquel día, de manera expresa, como si fuera un mensaje para para Pedro Sánchez y su partido, dijo, dirigiéndose al PSOE y su responsabilidad en el asunto:
“El partido socialista tiene el gran deber en esta hora de hablar a tiempo, con toda altitud y precisión, por dos razones; la primera, ésta: el partido socialista fue en tiempos de la monarquía un magnífico movimiento de opinión que vivía extramuros del Gobierno; doctrinalmente no revolucionario, era de hecho semi-revolucionario por su escasa compatibilidad con aquel régimen; pero desde el advenimiento de la República, el partido socialista es un partido gubernamental, y esté o no esté en el banco azul, un partido gubernamental es cogobernante, porque se halla siempre en potencia próxima de ponerse a gobernar. Es, pues, preciso que este partido, que es un partido de clase, al hacerse partido de gobierno, nos vaya enterando de cómo logra articular su interés de partido de clase con el complejo y orgánico interés nacional, porque gobernar, sólo puede un partido por su dimensión de nacional”.
O sea, que recuerda a Sánchez que el partido socialista debe tener “sentido del Estado”, y que el poder transitorio de la presidencia del Gobierno no justifica, aunque se tengan otros buenos proyectos, sacrificar al Estado mismo ante quienes quieren destruirlo, por muy necesario que se precise de sus votos mercenarios. Emplazaba, pues Ortega al PSOE como lo emplaza ahora una buena parte de la sociedad española en su conjunto, a atender ese interés nacional, como prioridad, sin engaños ni trampas para invocarlo, “porque hay que hacer de la necesidad virtud”, para que secretario general siga a precio en la Moncloa. Entonces, como ahora, se ponía sobre la mesa el propósito de lo que una parte de Cataluña exigía, diciendo al resto de la nación que eran unas víctimas del Estado. Y para despejar dudas, don José pronunció aquellas palabras que siguen resonando: “yo sostengo que el problema catalán, como todos los parejos a él, que han existido y existen en otras naciones, es un problema que no se puede resolver, que sólo se puede conllevar, y al decir esto, conste que significo con ello, no sólo que los demás españoles tenemos que conllevarnos con los catalanes, sino que los catalanes también tienen que conllevarse con los demás españoles”. Calificaba Ortega al caso de Cataluña de “nacionalismo particularista, un sentimiento de dintorno vago, de intensidad variable, pero de tendencia sumamente clara, que se apodera de un pueblo o colectividad y le hace desear ardientemente vivir aparte de los demás pueblos o colectividades”. Para Ortega “el problema catalán” no es los catalanes que quieren dejar de ser españoles, sino los que quieren seguir siéndolos, a quienes el Estado no puede abandonar.

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