Opinión

La manipulación retrospectiva del lenguaje de Sánchez y los suyos

Estos días que vivimos, hay un fenómeno especialmente apreciable en el lenguaje del presidente del Gobierno, de sus ministros principales y de algunos de los dirigentes de su partido, que se refiere al manejo y tergiversación del lenguaje. Tiene tres características: Primero, la reinterpretación de las propias palabras pronunciadas, para hacernos entender que cuando dijeron una cosa que todos entendíamos, en realidad querían decir otra, como ahora les conviene. En ese sentido, la ministra María Jesúis Montero, quien tan enfáticamente nos decía que nunca habría ni amnistía ni referéndum, por no caber en la Constitución, se remanga para decirnos que se refería a la amnistía que proponía ERC (¿es que hay otra) y la que ahora se les va a conceder. Segundo, la recalificación de los conceptos, especialmente indecoroso en el mensajero que Sánchez mandó a apañarse con Puigdemont, que ya no es un fugado, que habría que traer y presentar ante los jueces (compromiso de Sánchez con la nación), sino el “president” y un “exiliado”, como ha dicho el número 3 del PSOE, Cerdán, sin inmutarse. Tercero, el propio lenguaje que ha adoptado el PSOE y especialmente Pedro Sánchez, al hacer suyo el relato del independentismo de su conflicto con España y de modo evidentemente indecente su lenguaje: “conflicto territorial”, “judicialización”, etc.

El comunista Nicolás Sartorius es autor de un interesantísimo libro titulado “La manipulación del lenguaje. Breve historia de los engaños”, cuyo contenido cobra una inesperada actualidad. Inspirado en la realidad del franquismo viene a mano de las mismas tergiversaciones y manejos que ahora vivimos. Y en ese sentido, recuerda que, al contrario de lo que se dice, las palabras no se las lleva el viento. En este presente tienen un efecto perforador de las mentes. Cómo es posible que los militantes del PSOE, que lo expresaban en aquello de “Contigo Pedro”, hayan creído sucesivamente todo lo que ha seguido diciendo: “Si para llegar a la Moncloa tuviera que elegir entre mis principios y depender de los independentistas elijo mis principios” o “No es no y nunca es nunca, nunca pactaré con Bildu” o “Tener en el Gobierno a Podemos, como a la mayoría de los españoles no me dejaría dormir”, etcétera. Pues lo creen y lo asumen. 

Dice Sartorius, que no es nada sospechoso en ese sentido que “cuanto más se manipula el lenguaje, mayor es el deterioro de la democracia, cuya fortaleza radica en la transparencia, en la claridad y en la verdad. Sin una información veraz, sin una transparencia en la motivación de las decisiones que afectan a la cosa pública, la participación de la ciudadanía en la vida política y en la elección de las mejores soluciones a los problemas comunes se deteriora e incluso se hace inviable. Una de las formas más perniciosas de trastocar y hacer trastabillar el delicado engranaje en que consiste el funcionamiento de la democracia es precisamente a través de la manipulación del lenguaje”.

Pedro Sánchez miente. Nosotros sabemos que miente. Sus seguidores saben que miente y él sabe que sabemos que miente. Y él sale por la tangente diciendo que “mentir no es cambiar de opinión”, ¿y qué pasa con los principios, a no ser que sean como los de Grocho Marx. Los estudiosos de este fenómeno, del que Sánchez es ejemplo, dicen que los que practican esta técnica usan palabras de tal modo que las repiten de modo monótono, hasta vaciarlas, para su interlocutor, de su sentido normal y convencional, hasta destruir con esta repetición absurda toda su sustancia lógica, su propio significado o el que tuvo cuando se usaron de un sentido que ahora se pretende cambiar. O sea que cuando Sánchez decía que nunca habría amnistía o referéndum no quería decir eso, sino lo que ahora dice. Pero esto es mucho más grave que simplemente “tergiversar”, ofrecer una versión de unos hechos que no se corresponde con la verdad. Es la exaltación del embuste, las hipocresías, las expectativas tramposas, las ambigüedades de que quizá no interpretamos bien, como dice la Montero, lo que con tanto énfasis dijo. O sea, no es que ellos mienten y le dan la vuelta a lo que dijeron. Es que no los entendimos. El problema está en nosotros. No en ellos.

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