Opinión

Mis apuestas (no tan arriesgadas) para un 2024 quizá —quizá— algo mejor

Claro, hablar, así, en general, de que entramos en un año electoral equiparando lo de Galicia con lo de Estados Unidos es una nadería ombliguista. Pero de ambas elecciones, y de las vascas, catalanas, europeas, mexicanas y sesenta más se hablará y mucho, en confusa mezcolanza entre las páginas de nacional y las de internacional, en este 2024 que, necesariamente, habrá de ser más clarificador, esperemos, que el 2023 afortunadamente ido. Más clarificador... a menos, claro, que lo peor ocurra. Y lo peor sería, a juicio de no pocos en el mundo mundial, que Donald Trump pudiera presentarse el 5 de noviembre a las elecciones en su país y las ganara. Algo que, por increíble que pueda parecer, podría, ay, ocurrir.

Pero las cosas por su orden: el año, ya digo que eminentemente electoral, comenzará votando en Taiwan, y cualquier cosa susceptible de hacer estornudar en China puede provocar una pulmonía por estos pagos. Y aquí, en casa y en febrero, en Galicia, donde la campaña hacia las urnas ya está abierta. Y tiene mucha más importancia de lo que parece, puesto que la reordenación nacional de la izquierda (Sumar) y un poco la de la derecha (que Vox no saque ni un escaño) está en juego. Mi apuesta es una victoria del PP, que ha jugado astutamente su anticipo electoral descolocando a los demás, por mayoría absoluta. Galicia se ha convertido en un laboratorio político sin duda interesante.
Eso siempre será un soplo de aire fresco para un Núñez Feijoo ahora algo desconcertado ante el descaro con el que gobierna su principal oponente. Con el que sospecho que no habrá más acuerdo que el ya suscrito -han pasado tan solo catorce años de nada...-- para sustituir una palabra en la Constitución. Mi bola de cristal en este momento de cabalgada entre el 23 y el 24 no muestra ningún acercamiento entre las dos principales fuerzas políticas nacionales, y ello tendrá reflejo en las otras dos elecciones autonómicas a la vista, las vascas -apueste usted por un lehendakari del PNV, digan lo que digan sobre Bildu y demás extraños compañeros de cama y las catalanas, que quizá no se celebren hasta comienzos del año próximo; quién puede saberlo en la caótica política catalana. Ahí sí que no me arriesgo a adelantar profecía alguna, porque la lógica salta por la ventana a la menor oportunidad.

Luego viene un torrente de elecciones, desde las mexicanas hasta las indias o indonesias: la mitad de la población mundial, nos advierten, pasará por las urnas en estos doce meses. Las más interesantes para los españoles serán, qué duda cabe, las europeas de junio, en las que acaso se produzcan extraños acuerdos. Será una batalla cerrada entre PSOE y PP, una batalla en la que el tercero en discordia, sea Sumar o sea Vox, se juega mucho por muy distintas razones, y en la que las otras fuerzas nacionalistas podrían tener un papel algo relevante pese a su inferior peso electoral. Y será ciertamente una batalla en la que, desde luego, Podemos, que no hace sino acumular errores inspirados por su fundador y líder `in pectore`, acabará de consumirse diez años después de, precisamente en unas elecciones europeas, haber subido al firmamento estelar. Casi, dijo el susodicho fundador, tocando los cielos, sin embargo hoy para ellos tan lejanos.

En Europa los españoles nos lo jugamos todo, y es en Europa donde se debería desarrollar una parte importante de la política que ahora se malgasta en inútiles y corrosivas confrontaciones intestinas. Que ganen los conservadores europeos, apoyados o no por los populistas, o una coalición liberal/socialdemócrata más adherencias, tendrá una importante repercusión sobre la política en España: aquí se dilucidará desde el futuro de Puigdemont -que en no muchos meses y merced a la aprobación de la amnistía regresará, casi seguro, a Cataluña, al grito de `ja soc aquí`_hasta el del propio Sánchez, cuando crea que le toque, aspirante a situarse al frente de una institución europea o mundial: el abierto enfrentamiento del presidente español con el líder `popular` europeo Manfred Weber podría, aún, tener repercusiones negativas para el actual inquilino de La Moncloa.

Estamos, en suma, ante el Año del Cambio, de la irrupción total de la Inteligencia Artificial, de la gran contienda entre las dos naciones en las que parece haberse dividido la mayor potencia mundial, los Estados Unidos de América. Y el Cambio, incluso el tecnológico, incluso la renacida carrera espacial, incluso la maldita guerra en Ucrania, estarán condicionados en función de quién ocupe el despacho oval de la Casa Blanca. Siempre he dicho que el resto del mundo tendría que poder votar en las urnas norteamericanas. Lo malo es que no nos dejan, y así va la cosa: que, al final, acaban tratando de meter la mano `hackers` de otra potencia que yo, y ustedes, sabemos. En fin, que muy feliz año nuevo, esperemos...

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