Opinión

Carta a Sánchez en un 'veinteene'

Estimado presidente: 

Primero, como es obligado, enhorabuena. Lo tortuoso, inédito y polémico del camino para mantenerse en el poder no puede hacer olvidar que el objetivo se ha cumplido. Ignoro si ahora se enfrenta usted a otros cuatro años de Legislatura —probablemente menos, me digo— y cuánto de agónica, en el sentido unamuniano, será la misma. Pero sé que sabe que esta es una nueva etapa, poco que ver ya con aquel junio de 2018 en el que usted asumió el gobierno de la nación de manera bastante inesperada y luego vino todo lo que ha seguido en estos cinco años y pico de turbulencias, y qué turbulencias. Ahora todo es y va a ser nuevo. Para bien y/o para mal.

Me atrevo a escribirle, más como ciudadano que como periodista, amparado en el único título de haber observado durante medio siglo, lo más de cerca que se me permitió, la vida política de este gran país de altibajos, lleno de acontecimientos y titulares desconcertantes, pero acaso nunca tanto como ahora. Creo que su operación —'operación Drácula', la califica una colega tan brillante como Lola García— es legítima aunque discutible, quizá esperanzadora, aunque pueda acabar en catástrofe, como acabó lo de Narciso. Como suelen terminar muchos de los afectados por el síndrome de Hubris (no deje de mirar, si alguna vez recibe esta carta, que lo dudo, en qué consiste ese 'síndrome del poderoso'. En cualquier caso, es obvio que no la escribo pensando en usted, sino en los lectores).

Claro, al señor Abascal habría que decirle que ni esto que ha ocurrido es un golpe de Estado ni caminamos, creo sinceramente que no, hacia la Venezuela de Maduro. Pero duele, como ciudadano y como periodista, ver el paisaje tras la batalla: una nación partida —ya sé que muchas lo están, pero no quiero compararme con Argentina—, extremadamente crispada. Sé que usted y sus circunstancias piensan que las manifestaciones, minimizadas en su volumen por 'sus' delegaciones del Gobierno, son flor de un día y que mañana se olvidará la irritación de hoy. Probablemente tiene usted razón, porque quien posee el 'Boletín Oficial del Estado' tiene resortes para propiciar el olvido y, a la vez, fabricar muchos agradecimientos. Usted, a quien hay que reconocer que es un fuera de serie en lo suyo, sabe bien cómo hacerlo.

Este 'veinteene' (qué fecha tan simbólica y, a la vez, tan absurda; casi medio siglo sin el dictador) comienza usted la singladura más difícil de su peculiarísima carrera. Me dan igual las 'quinielas' de ministrables, aunque de antemano debo agradecer a la vicepresidenta ya casi no en funciones Yolanda Díaz que nos haya liberado del peor Podemos. Sí me veo en la obligación, ahora como periodista primero y solo como parte de la sociedad civil después, de pedirle más y mejor contacto con los medios, incluso con esos a los que ustedes, porque son críticos o simplemente tibios o equidistantes, llaman 'neofranquistas', aunque la mayor parte de mis compañeros no tuvieron la mala suerte de padecer profesionalmente los métodos de quien fuera, tan lisonjeramente, llamado generalísimo. Creo que los periodistas hemos sino, en general, maltratados con muchos silencios, muchas medias verdades y alguna que otra mentira que trataba de disimular pasos incluso legalmente cuestionables. Yo quisiera no solo preguntar, sino hasta repreguntar. Pero eso nos lo van a hacer muy complicado. Qué le voy a contar a usted.

Lejos de mí el ánimo de dar consejos que para mí no tengo; pero creo, señor presidente, que debe usted meditar en que a los aurigas vencedores en el circo romano los precedía, antes de recibir la corona de laurel, alguien que les repetía: "Recuerda que eres mortal". Y que el vencido en las urnas, o en las negociaciones posteriores a las urnas, ni es un fascista, ni un anti constitucionalista, ni un enemigo a muerte, sino una palanca de la democracia. Me escandaliza que una de sus primeras medidas no haya sido llamar ya mismo a La Moncloa a Alberto Núñez Feijóo, se tengan ustedes la antipatía que se tengan mutuamente, que eso a mí, como contribuyente y como votante, me importa un pito.

No se puede hacer oídos sordos al grito de la calle, aunque 'solo' corresponda al sentir de once millones de ciudadanos. Lo mismo que no se puede ignorar el discreto carraspeo de Europa —uno de los dos euro parlamentos, como una de las dos Españas, puede helarle el corazón esta misma semana— cuando empieza a mirar con el ceño fruncido la quiebra en la separación de poderes, en la seguridad jurídica, la pelea suicida con los jueces. Hay muchas señales de alarma, aunque sé que para el auténtico temerario, y usted lo es, esas señales son más un acicate que un freno. Existen pocas cosas que puedan asustarnos más que oír predicar que se levanten muros, y encima en el contexto de un discurso tan frentista como el suyo en la pasada sesión de investidura. Creo no equivocarme si pienso, y digo, que la mayor parte de los españoles prefiere la concordia a los tambores de guerra permanente.

Usted, señor presidente, ha ganado en las alianzas parlamentarias, bien heterogéneas, algunas preocupantes, y no en las urnas. Tendrá usted el balón a sus pies mientras pueda seguir regateando a todos sus contrincantes, entre los cuales hay varios en su mismo equipo, por cierto. Quienes se atreven, nos atrevemos, a criticarle de buena fe son, somos, gentes que quieren lo mejor para su país, como lo queríamos en aquel 'veinteene' liberador hace cuarenta y ocho años, cuando rompíamos por primera vez, afortunadamente, con nuestro pasado. Bueno, ahora, medio siglo después, estamos ante una ruptura muy diferente y las referencias al 'espíritu del 78' y tantas otras cosas han saltado hechas añicos. Hay que gobernar de manera distinta, sí, porque distintos son los tiempos que corren. Y gobernar, como dicen siempre ustedes cuando suben al podio, para todos, sí. Pero con todos, porque ninguna persona es despreciable, ya digo, por muy suspicaz que se muestre hacia su persona y hacia sus tan cambiantes políticas.

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