Opinión

universiada

La Universiada era un sueño imposible que nos mantuvo durante un tiempo expectantes ante la lejana posibilidad de que Vigo fuera la sede de unos juegos que prácticamente nadie hasta ese momento conocía. Como se ha podido comprobar, tampoco después han tenido el menor impacto mediático. Pero no por ello era inútil el esfuerzo de Santi Domínguez, quien durante sus cuatro años como concejal de Deportes y vicealcalde pudo anotarse los mejores tantos del bigobierno con el PSOE: desde que es un monogobierno de coalición de hecho todo ha ido a peor.

En 2008, Vigo fue capaz de articular un esfuerzo común y cerrar filas sobre un proyecto que llegó a ilusionar. Siendo realistas, cinco años atrás nadie esperaba poder lograr la nominación, entre otras cosas porque habría supuesto nada menos que la inversión de 500 millones de euros en la construcción de una villa “olímpica” y dotaciones deportivas a la altura del reto. Kazan tenía capacidad económica y el apoyo pleno del Gobierno de Rusia. Vigo, en cambio, ni siquiera había conseguido el respaldo expreso –mucho menos entusiasta- de la Administración autonómica –Touriño limitó su papel a una carta- y apenas del Gobierno. Con estas bazas en la mano, el resultado estaba cantado, pese al entusiasmo de Domínguez, quien fue realista y decidió retirar a Vigo de las siguientes convocatorias, convencido de que era tirar tiempo y dinero. No obstante, puede felicitarse de haber conseguido que varios acontecimientos deportivos se desarrollaran en la ciudad, y lo más importante, que por un tiempo la política de confrontación interna y externa dejó paso al consenso. Hace falta otra Universiada.

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