Opinión

'Dies irae, dies illa'

Estos del Vaticano son el diablo. Hecho con cálamos de las aves de rapiña, se les ve el plumero. Arrebañan hasta con la carroña de las almas. No les bastaba con huronear en la entrepierna de los vivos, ahora también quieren escarbar en las cenizas de los muertos: prohíben esparcirlas, guardarlas en casa, abonar con ellas un olivo para que corran por su savia milenaria. "Hay llevarlas al cementerio", amenazan. Lo que no dicen es que la burbuja de los nichos de los camposantos está a punto de explotar y que  intentan remediarlo con el miedo.
Polvo somos y en polvo nos convertiremos. ¿Qué tiene pues de malo el ayudar a la insalubre gusanera en el nauseabundo proceso de mondar los esqueletos? Nada purifica tanto como el fuego. El mismo Jehová  es una zarza ardiente que no se extingue (Éxodo 3: 2-6)."Porque Él es como el fuego purificador, y como jabón de lavanderos", dice también Malaquías, 3:2. 
No le dolieron prendas a la Iglesia al presentarnos durante siglos un Purgatorio de altísimos grados Celsius para acrisolar los espíritus impuros. Pero la Iglesia, ay, siempre chapoteando en el lodo de los beneficios materiales, aceptó a regañadientes la cremación. Y ahora vuelve a la carga con los columbarios y con los ceniceros. El polvo de la riqueza siempre acaba ensuciando sus preceptos.
Hace poco estuve en Sicilia. La mafia del misticismo  también ha dejado allí su impronta. En las ‘Catacumbas de los Capuchinos’, en Palermo,  8.000 cadáveres se hacinan en sus pasillos disecados como trofeos cinegéticos. Piltrafas de frailes, de obispos, de gentilhombres, de mujeres, de niños; ataviados con sus mejores prendas, sus uniformes, sus túnicas; piltrafas de ricos: al fin y al cabo, eran quienes podían pagarse el costoso proceso de la momificación. Acojona, os lo aseguro, aquel museo de los horrores. Y los fervores. "Yo soy la resurrección y la vida, el que cree en mí no morirá eternamente": la cita de San Juan, nada más entrar, te da la bienvenida. Siendo así –pensé nada más salir- pelillos a la mar, cenizas al viento y ‘carpe diem’. Porque a mí, el Dios que dijo esto, siempre me ha parecido un hombre serio.
Ayer fui a visitar la tumba de mi padre. Me santigüé. Deposité a sus pies un ramillete de follaje –las hojas son flores en otoño- que escogí con esmero en la floresta. Y cuando terminé de recitar de carretilla el Padrenuestro, recé con recogimiento aquellos versos:      ¿Vuelve el polvo al polvo? 
 ¿Vuela el alma al cielo? / ¿Todo es sin espíritu, /podredumbre y cieno? / No sé; pero hay algo / que explicar no puedo, 
algo que repugna,  / aunque es fuerza hacerlo,  / el dejar tan tristes, / tan solos los muertos.
Estoy de acuerdo con Bécquer. A mí que me espolvoreen sobre el Atlántico. A ser posible en Finisterre. "Dies irae, dies illa". Y caigan sobre mí todas las culpas del Universo.

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