Opinión

Dogmas para la fe

Ha retornado el tiempo de tener fe, la fe ciega del cristianismo, para sobrevivir a la catástrofe mundial sin caer en la tentación de buscar un hermoso nogal y colgarnos de él. Quizás debamos creer que solo la fe en lo intangible nos salvará, gracias a la esperanza de que la verdad no sea cuánto vemos y vivimos cada día. Cuando cae la tarde me empapo de los pormenores de la sentencia del caso Bankia, que absuelve a los 34 acusados de estafa por la famosa salida a bolsa de la entidad, al ritmo de la festiva campanilla de Rodrigo Rato. Ahora en la cárcel por el fraude las tarjetas black. 

Produce dolor de cabeza la hojarasca de los más de cuatrocientos folios donde se razona la existencia de un fraude, que costó al erario público más de mil novecientos millones de euros y un perjuicio infinito a pequeños ahorradores. Por primera vez en la historia se documenta legalmente la existencia de una gran estafa sin que existan estafadores. ¡Hay que tener fe para conformarse! Estamos ante algo así como asistir a las bodas de Caná. Las arcas de Bankia estaban llenas de agua, se vendieron por buen vino y el posadero, llamado Estado, pagó el milagro. Por lo que ahora debemos seguir teniendo fe en la banca y en la justicia, porque no hay ningún redentor a quien considerar culpable del engaño. Cae la noche y me duermo desesperanzado.

Despierto cuando el debate electoral entre Donald Trump y Joe Biden ya lleva consumidos unos quince minutos. Tengo la paciencia de verlo y escucharlo con la ilusión de imaginar qué tipo de EE.UU. ofrecen estos dos carcamales multimillonarios para el futuro del mundo. Insultos, falsas acusaciones, escasez de inteligencia, ausencia de política… Dos compadres de ideas contrarias en la barra de una taberna transmitirían más confianza en los designios del futuro, que semejantes representantes de la democracia norteamericana. Al apagar el televisor, de nuevo pienso que solo quien tenga fe podrá acercarse a las urnas con la creencia de vivir en una confederación de Estados, capaz de mantener las riendas del mundo civilizado. Están pasando la guadaña por el cuello de la democracia y anuncian el adviento de peligrosas políticas totalitarias.

Después de desayunar, los ecos de la radio me llevan a nuestro Congreso de los Diputados donde se desarrolla el pleno de la Sesión de control al Gobierno. De nuevo la ausencia de política real, la desmesura de los argumentos huecos y fuera de lugar, me hacen perder la fe en la convivencia de las alturas, aunque la ciudadanía aún mantengamos la concordia. Hace unas semanas escuché al portavoz de Vox afirmar que el gobierno de Sánchez “es el peor que ha tenido España en los últimos ochenta años”, esto es, la dictadura incluida. Quise sostener la certidumbre de que Casado no intentaría emularlo. Me equivoqué. Este miércoles, el líder del PP superó a Abascal asegurando que todos los españoles hemos votado al Rey (¡!) y que “durante 500 años” (rebasa a los 80 de la extrema derecha) la monarquía ha representado el buen gobierno de España. 

En ese momento se me aparecieron Isabel contra la Beltraneja, Juana la loca, Felipe IV el pasmado, Carlos II el hechizado, Carlos IV de la mano prevaricadora de Godoy, Fernando VII el traidor, Isabel II la amante, Alfonso XII el débil, Alfonso XIII el mujeriego, Juan Carlos I, (¿?)… Y comprendí que es necesario poseer la ignorancia histórica de Casado para tener fe en el pasado, y quizás en el futuro, de la monarquía española.  

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