Opinión

Tenemos que hablar

El final de muchas relaciones comienza con esta frase. Quien la escucha en primera persona no puede evitar que un escalofrío le recorra el cuerpo, se le aceleren las pulsaciones y un sudor frío asome a su frente. El President Aragonés se la ha espetado a Sánchez, mientras se estrechaban las manos en un acto empresarial en Barcelona: “la situación es gravísima, tenemos que hablar”.

Tres simples palabras que son una bomba de relojería en los cimientos de la confianza entre personas. Da igual las excusas que se improvisen o se tengan cuidadosamente preparadas, el final está cerca si no es inmediato, o se pospone sine die, pero con la certeza absoluta de que sucederá. Sólo hay una afirmación peor: “no eres tú, soy yo”, muy común en las relaciones amorosas, pero menos habitual en política donde la culpa siempre es del adversario, cada vez.

El espionaje institucional realizado a través de Pegasus a políticos catalanes hace tambalear los apoyos que garantizan la estabilidad del Gobierno de España, que se ve zarandeado también por sus propios socios en el Ejecutivo. Nadie está contento salvo, curiosamente, la oposición que no ve mal eso de pinchar los teléfonos de los independentistas y de cualquiera que pueda poner en peligro la seguridad nacional y que da por buenas las explicaciones de la directora del CNI que justifica alguna de  dichas intervenciones con autorización judicial. Se husmea por si acaso, se lo tienen merecido, por aquello de las confabulaciones y el ansia de romper España.

Esto mismo pensará todo el Gobierno y en particular la Ministra de Defensa que ha reaccionado muy airada ante el señalamiento inquisitorio y los reproches incluso de compañeros y compañeras de gabinete. Defiende con ardor el trabajo de la directora del Centro Nacional de Inteligencia y se entiende refrendada con el apoyo personal del Presidente, ante las peticiones de responsabilidades del más alto nivel que señalan directamente hacia ella. Nada como que te confirmen en el cargo para verte enseguida recogiendo cuatro cositas personales en una cajita de cartón y despidiéndote de tus compañeros con una sonrisa forzada. 

Pero la traición hacia los socios que sostienen al Gobierno de Sánchez será pronto agua de borrajas, se saldará con algún cese o renovación de cargos, tres o cuatro concesiones más, un lo siento (mea culpa), la llamada a la negociación y al diálogo, una mirada cariñosa del Presidente y un recíproco “no nos hagamos daño”. Asunto cerrado. Lo que tiene mayor recorrido y difícil justificación es el hecho de que los celulares del Presidente del Gobierno y de la Ministra de Defensa fueran intervenidos con el software de espionaje Pegasus, sin que los servicios de seguridad del Estado se enterasen en primera instancia. 

Dos con seis gigas de datos fueron extraídos del teléfono de Sánchez, unos pocos megas del de Margarita Robles y quién sabe cuánta información de cuántos políticos más. Información que, por otra parte, no sabemos qué trascendencia tendrá. Damos por sentado que es gravísimo, y aunque el hecho los es en sí mismo, la información sustraída podrían ser unas fotos en el Falcon, las notas de un discurso vacuo o algún que otro contacto incómodo. La ciberseguridad española en entredicho, en manos de cualquier personaje de Ibañez, como Mortadelo y Filemón o Anacleto Agente Secreto, sin saber siquiera quién espía a quién. Datos que vuelan, en lomos de Pegasus, el mitológico caballo alado. Y mientras el Gobierno forcejea por no entrar irremediablemente en proceso de autodestrucción, a Feijoo le acompaña la suerte del gallego del que se sabe que sube y que quiere terminar su alusión patriótica favorita con España al final: Galicia, Galicia, Galicia: España. Y Bertín Osborne felicísimo. 

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