Opinión

Para lo que me queda en el convento

Al querer arrancar estas líneas hablando del rey, me he encontrado de lleno con la dificultad de titular el artículo. No por falta de posibilidades. Me vinieron a la cabeza varias alternativas a la vez, muy oportunas pero que sospechaba serían utilizadas por no pocas personas y medios. “El retorno del rey” fue mi primera opción por comprender exactamente la realidad de los hechos, pero pude comprobar que fue un recurso muy manido y utilizado en diversas publicaciones. Una pena, porque habría intentado equiparar el regreso del rey emérito con la parte final de la trilogía de Tolkien, en la que un vigoroso Aragorn regresa para reclamar el trono de Gondor y dar la batalla final contra Sauron, el señor oscuro.

Don Juan Carlos también tuvo su momento oscuro, del que puso pies en polvorosa y tierra –y mar- de por medio. Pero ahora que los tambores de guerra casi habían dejado de sonar, sintiéndose a salvo de trolls y orcos y sin asuntos pendientes con la Justicia española, regresa enérgico y dicharachero, ostentando campechanería y sin nada que ocultar. Con orgullo y satisfacción vuelve a esta Tierra Media para divertirse como sólo saben hacerlo los Hobbits, en Sanxenxo como en Hobbiton, donde sus gentes son afables y le adoran. Vuelve en tan buena forma que incluso se especula con la posibilidad de que participe en la regata, con mano firme, si no en la espada, en el timón. Tal es la fuerza que le acompaña.

Descartada la idea de dicho título, casi al mismo tiempo pensé en la famosa ranchera, “Pero sigo siendo el Rey”. Inconmensurable, apropiadísimo, pero ya había utilizado este encabezamiento en un artículo propio anterior, con referencias a los dos reyes que representan a nuestra Corona bicéfala. Por no repetirme abandoné con pena esta idea, compungido porque me parecía muy descriptiva de la circunstancia vital del emérito en estos momentos, que da un puñetazo en la mesa y se reivindica como Rey Padre y como orgulloso español de sangre real que canta al viento su periplo. Como dice la canción: “yo sé bien que estoy afuera; pero el día que me muera; sé que tendrás que llorar (llorar y llorar); dirás que no me quisiste; pero vas a estar muy triste; y así te me vas a quedar. Con dinero -desde luego que sí- o sin dinero; yo hago siempre lo que quiero; y mi palabra es la ley; no tengo trono ni reina; ni nadie -muchos monárquicos y juancarlistas sí- que me comprenda; pero sigo siendo el rey”. Me parece increíble que esta canción sea muy anterior a la caída en desgracia y posterior destierro del Rey Juan Carlos, parece hecha a medida de su grandeza y posterior caída en desgracia. Ahora el emérito vuelve a rodar (rodar y rodar).

Así que el rey no ha muerto, viva el rey, como gritan y corean a su paso en las calles de Sanxenxo, ritual que se repetirá, me temo, por casi cada lugar por el que pase Juan Carlos I. Como santos inocentes, como súbditos agradecidos o como paletos del Pueblo que es su Reino, al que vuelve sin complejos. Porque como decía el personaje de Luis XVI en la película de Mel Brooks (“La loca historia del mundo”), encantado con los privilegios hiperbólicos de la monarquía, “es bueno ser el rey”. Él lo sabe mejor que nadie. La pantomima ya ha durado demasiado para el emérito, que está cansado del lujo arábigo prestado por unas amistades que ya comienza a mirarle con hastío en los desayunos de palacio. Como ET el extraterrestre le ha llegado el momento y lo tiene claro, “mi casa”. De ahí el título que encabeza estas líneas, para lo que me queda en el convento… Pues eso. Lo que digan los demás, está de más. Ha vuelto para quedarse o, si le tocan mucho la corona, para morirse y que le lloren con los fastos y un funeral de Jefe de Estado. Si no quieren caldo, tres tazas.

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