Opinión

Pobre niño rico

El Gobierno se ha mostrado autocomplaciente y orgulloso por el desarrollo de la Cumbre de la OTAN celebrada en Madrid esta semana y por la magnífica imagen que considera ha proyectado España, con el presidente del Gobierno al frente como un auténtico protagonista de excepción y generoso anfitrión. Sánchez no ha reparado en gastos, todo era poco para aprovechar la oportunidad de poner a España en lo más alto del reconocimiento internacional. Tan es así que viendo que ningún restaurante cubría sus expectativas no dudó en celebrar la cena de la cumbre en el Museo del Prado, donde se especula que hasta hubo de aquellas montañitas de Ferrero Rocher, tan sonadas en casa del Embajador.

Las imágenes que nosotros -el Pueblo- pudimos disfrutar sin llegar a tocar la miel con los labios, mostraron a los líderes y lideresas mundiales encantadísimos y desinhibidos en un encuentro de trabajo que fue, a pesar de su naturaleza, un placer para sus sentidos. No cabe duda, esa noche en las alcobas y suites presidenciales de los lujosos alojamientos de los miembros de las comitivas solo había dos comentarios en los que coincidían las afortunadas parejas de invitados de alto copete. La segunda, que la cumbre de la Otan sería un éxito; la primera, lo simpático que es Sánchez y que olé por España.

Felicísimo se iría a la cama también el presidente del Gobierno español, seguro de sí mismo y convencido de haber dado en el clavo poniendo al servicio del país lo más granado del Patrimonio Nacional para lucir como él y España se merecían. Antes de acostarse, Pedro habrá preguntado a su esposa por las distracciones ofrecidas al séquito internacional, el flamenco, la ópera, el teatro… Sin esperar siquiera la respuesta el presidente se habrá metido en la cama, agotado y complacido pero muy excitado; le habrá costado dormir soñando quizás con el comienzo de una carrera internacional que podría llevarle a la cima de las más altas responsabilidades incluso mundiales.

No me malinterpreten, es cierto que gran parte de los medios de comunicación y analistas políticos parecen coincidir en que la cumbre ha sido un éxito y un escaparate que ha prestigiado a nuestro país e impulsado la Marca España. No diré yo que no. Pero tanto lujo y boato orquestado por el Gobierno chirría y parece estar en cierto modo fuera de lugar tanto por el motivo del cónclave como por la situación de crisis global. Sánchez quería esplendor en tiempos sombríos y organizó una gran celebración, feliz como un niño rico que invita a sus amigos para presumir de los suelos de mármol del palacete y de su piscina llena de hinchables, sin saber que quizás los que pagaban la fiesta habían dando en quiebra y que pronto sería un pobre niño rico.

Pero el líder socialista y anfitrión preferido en Europa esta semana habrá hecho suya la máxima principal de Escarlata O’Hara: ya lo pensaré mañana.

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