Opinión

Mas kilotones que neuronas

La guerra es odio, dolor, sufrimiento, rabia, impotencia y mucho más. Es espanto y llanto para quienes ven pasar por delante de su hogar los soldados que traen la represión y la muerte como encargo de su líder iluminado y los carros de combate que aplastan cualquier atisbo de esperanza.  Es asombro e incomprensión para los que desde la seguridad de la distancia –aún- no entendemos ni compartimos los motivos que llevan a un conflicto armado incruento. Y sin embargo los humanos hemos inventado la guerra y convive con nosotros a diario a mayor o más pequeña escala, a pesar de que esta guerra de Putin nos haya unido un poco más de lo habitual en la condena y la repulsa a un acto abominable e imperdonable. 
Y presionamos a Rusia, sancionamos a su gobierno, utilizamos todos los medios a nuestro alcance para doblegar su voluntad de aplastar y confiamos, desde un razonamiento lógico, que Putin cederá ante la firmeza y la luz de justicia que porta la comunidad internacional, olvidando que la cabeza del líder soviético está amueblada solo por él mismo y puede estar muy lejos de cualquier razonamiento común. De sobra es conocida la reacción de un animal acorralado. Ojalá haya espacio suficiente en su cerebro o corazón para que una chispa de humanidad ponga fin cuanto antes a esta sinrazón. Yo mientras, trataré de olvidar que tenemos que confiar en que dé marcha atrás alguien acostumbrado a experimentar con bombas de cien megatones, lo que viene a ser unos cien mil kilotones, que rebajan a la bomba de Hiroshima a la categoría de simple petardo. Le llaman la bomba del Zar y es indirectamente proporcional a la capacidad neuronal de quien la posee o juega a la guerra. Cuidado pues con el matón que no está acostumbrado a ser golpeado en este patio de colegio que es el mundo, que tiene un maletín nuclear, mucha testosterona y muchos más kilotones que neuronas. 

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