Opinión

El drama de un café menos

Mientras el Gobierno se afana por vender optimismo y aparentar que maneja con firmeza las riendas de la economía española, el monstruo de la inflación, que ha reventado ya la puerta de la fortaleza económica, cabalga desbocado y a sus anchas, pegando coces al crecimiento del país e intentado descabalgar a Pedro Sánchez, que se esfuerza por mantenerse firme a una sola mano sobre la cabalgadura desenfrenada. 

Con la inflación al 8,7 % en mayo, el presidente del Gobierno está perdiendo “flow”, casi sin darse cuenta. Sigue caminando como un MVP de baloncesto, pero su seguridad personal se desdibuja porque, a pesar de la batería de medidas para atajar las crisis, el crecimiento del PIB a un ritmo superior al 4%, la bajada del paro y el incremento de afiliados a la Seguridad Social, los precios están a punto de llegar a la cima del monte Olimpo.

Da igual que el Ejecutivo resalte la buena evolución y el crecimiento de la economía española sobre el papel, y que nos cuenten que en la zona euro hay 11 países con una inflación mayor a la nuestra y que estamos en disposición de resistir con mayor éxito los envites de la inflación y demás mantras políticos. Cuando tengo que dejar de comprar azúcar moreno de caña de la Isla de la Reunión, y endulzar de nuevo el café con azúcar blanca, la cosa se pone muy negra. 

Vale que la batalla contra el precio de la electricidad la hemos dado por perdida hace mucho tiempo, a pesar del éxito del Gobierno en topar el precio del gas para bajar la luz, que la mayoría no entiende. Una medallita para Sánchez que pronto perderá el brillo con el vaho de realidad de la avaricia de las Eléctricas. Demos por descontado que el crujido en la tarjeta de crédito al repostar combustible es culpa de la guerra absurda de Putin y que el BCE comenzará a subir los tipos de interés en julio. Pero cuando las cosas de comer y mis rutinas básicas de cada día se ven acorraladas, quién tenga la culpa me da igual. El día de furia está a la vuelta de la esquina. 

Las cinco piezas de fruta que mi salud necesita cada día se limitarán a un plátano de Canarias de vez en cuando. De cerezas o de mango ni hablemos. Los yogures de marca blanca también se me antojan caros ya, aunque no lleven lo que dicen son trozos de fruta, y escapar espantado del aceite de oliva solo sirve para acabar en las garras del de girasol. Me han subido las pipas, que eran el orgasmo del ocio de la noche del sábado mientras veía la película de la Primera, después de darme de baja de Netflix, claro. ¿Alguien se ha arriesgado a comprar pescado últimamente? ¿O se ha refugiado en el pollo que ha subido un 12%? Me avergüenzo pero lo pido de granja, no de corral ni de los criados al aire libre, que la libertad se ha puesto muy cara.    

La alimentación, la vivienda, la salud, el ocio, el bienestar en general y en no pocos casos la subsistencia vital básica pagarán las consecuencias de la subida de precios y el empeoramiento de la economía global. Miles de personas sufrirán para no darse de baja del gimnasio a punto de comenzar el verano, y empezaremos a dejar de ver poco a poco caras conocidas en el bar. Tal vez pronto nosotros nos vayamos quitando casi sin darnos cuenta de una cervecita o tomemos un cafelito menos cada día. Un café menos es el símbolo de un drama. Nos amarga la vida a los que disfrutamos cada sorbo de estos pequeños detalles y es el reflejo vivo de los daños colaterales de una crisis que se nos viene encima aunque no exista.

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