Opinión

Déjenme salir

La gente está que se sale. Pero no en el sentido coloquial de estar superior o fantástica, o de ir de sobrada. La gente se sale porque está harta. Cansada de las mezquindades y miserias que deben soportar como consecuencia de una crisis que no han provocado los ciudadanos pero que ha hipotecado ya el futuro de no se sabe cuántas generaciones. 
Por eso los británicos se van de Europa, porque a muchos de a quienes se les ha dado la oportunidad de pronunciarse han querido hacerse oír, desde la reflexión o desde la irreflexión más profunda, haciendo el mayor ruido posible. No importa lo que digan los grandes poderes económicos y políticos, ni las maniqueas justificaciones que utilizan para proteger sus intereses y engordar sus patrimonios y privilegios, mientras ven a los pobres desde la barrera. Los pobres son, por cierto, todos los demás. Esa masa informe que, en una conversación con micrófono oculto, algunos calificarían como chusma.
Por eso la gente se va también de una política en la que no confía, que se enreda en peleas viscerales entre los que quieren entrar y los que no quieren salir.  Una política de palabras y de intenciones que pretenden que suenen a música, pero de la que solo se escucha el estruendo de más precariedad y ausencia de soluciones.
El Brexit ha sido finalmente una sorpresa. La víspera de la votación los expertos y los mercados daban por descontada la continuidad del Reino Unido en Europa, porque no calibraban hasta que punto llega el descontento y las ganas de cambio de los ciudadanos. Da igual la lógica, las razones sensatas u objetivas. La gente quiere otra cosa, no está a gusto y se quiere ir.
En el ámbito más doméstico, unos quieren escapar de un Rajoy que consideran amortizado, con los pies en el bidón de hormigón del Partido Popular, que juega la baza de la experiencia y de la salvación de España que poca gente se cree, olvidando -además- que nadie es insustituible. Otros quieren alejarse de las sonrisas de Pablo Iglesias, porque les recuerda a la del "risitas", que siempre traicionaba a "Pierre Nodoyuna", que se quejaba "no hay deguecho"; o de Pedro Sánchez, ese novio guapo pero al que terminas dejando porque no tiene gracia y le falta no sé qué.  ¿Y qué dice que vende Albert Rivera? Habla de trabajar para los héroes anónimos que luchan por sacar el país adelante, olvidándose de que ese esfuerzo hercúleo lo hacen porque no tienen más remedio, sin heroicidades, porque la política no aporta soluciones.
De todo esto, déjenme salir. Del ridículo, del absurdo, de lo que son capaces por conservar o tocar poder, de sus intereses muy, pero que muy por encima de los intereses del país, puesto que no se han puesto de acuerdo para formar un Gobierno ni en precario, y ya adelantan que seguirán sin coincidir, que ni comen ni dejan comer, pero que -¡delirante!- no habrá terceras elecciones.
Déjennos salir de la precariedad laboral, del paro, de la desigualdad, de la intolerancia, de la violencia, de la pérdida de derechos sociales justificada pero sin justificación, de la corrupción, de la falta de ideas y de proyectos para nuestros jóvenes, para nuestros ancianos y dependientes, para garantizar la humanidad y la vida digna de los ciudadanos en cualquier parte.
Mientras no lo entiendan y no se pongan manos a la obra, mucha gente se querrá salir, siempre. Personalmente, tengo tanta fe en ello como en que Rajoy cese a Fernández Díaz, dándole una colleja, con total naturalidad. Por eso marcho que tengo que marchar.

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