Opinión

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Por mucha voluntad de lucha y abdominales que le pusieron, a Leónidas y sus chicos se los cepillaron en el paso de las Termópilas. A pesar de la resistencia enconada, trescientos espartanos y unos pocos soldados más hasta reunir seis mil, solo pudieron entretener un rato a unos doscientos mil persas que tenían muy claro los objetivos geopolíticos de su líder Jerjes, que tenía la mayoría absoluta.
Lo mismo que pasa en la política española, pendiente de la “no investidura” de Pedro Sánchez como Presidente del Gobierno -que cada vez parece más inevitable- por mucho que se consume su anuncio de presentar la próxima semana una batería espectacular de trescientas propuestas –por cerrarlo ahí, que bien podrían haber sido quinientas o mil- que recogerá en un texto que titulará Programa Común Progresista. Curiosamente si le quitamos lo de Común se abreviaría PP (Programa Progresista).
El Presidente en funciones, flanqueado por sus 123 diputados y diputadas, intentará convencer a Pablo Iglesias convocándole de un modo informal, como quien le dice a un compañero “tengo que comentarte un par de cosillas”, pero en lugar de dos serán trescientas, lo que deja poco margen para el entendimiento. De política social, medioambiental, de igualdad, “de todo un poco hemos metido”.
Medidas entre las que Podemos reclamará algunas como propias, otras como imposibles, erróneas o inapropiadas, y otras pocas en las que coincidirá en términos generales, pero que no servirán para consentir un Gobierno en solitario de los socialistas, porque todo tiene límites menos la tontería. Como Iglesias es aficionado a las series, el tocho que le presentará Sánchez le parecerá como “Dark”, una serie alemana de Netflix de drama sobrenatural y ciencia ficción, en la que te pierdes a los tres minutos y te enteras de la misa la mitad o cuarta parte.
En estos momentos, todo parece apuntar que ni siendo trescientos deseos de la lámpara mágica de Aladino esta tropa sacará el país adelante. Que aburrimiento, que sopor, comenzamos septiembre con la amenaza en ciernes de unas nuevas elecciones en un bucle sin fin. De nuevo la responsabilidad en manos de los ciudadanos que ojalá podamos contar esta vez con la iluminación divina, o en su defecto con la de las luces de Navidad de Caballero. Esta última sí que parece estar asegurada, con noria de sesenta metros incluida que simboliza las vueltas que da la vida y la triste política actual. 

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