Opinión

Prefiero perder un diente a perder mis cascos

“Cuídate bien los ojos y los dientes, hijo mío”, decía mi madre. Quizá porque inconscientemente hagamos más por destrozarlos que por protegerlos. Todo eso para que, sin anestesia, el chaval en chándal, le preguntara con desesperación a su novia en mallas, dónde habría dejado sus cascos. A medio metro de mí, inevitable no escucharles: “Cuqui, no los encuentro, y prefiero perder un diente a perder mis cascos, joder”. Demasiado importantes parecían. Más que sus dientes.

Y me salió mi vena pureta. Esa que irremediablemente compara a esta generación de jóvenes con la nuestra, o con otras anteriores, para presumir que la de hoy está desnortada, sin referencias, condenada. Este fácil achique, sin embargo, no es nada nuevo.  La estigmatización de la juventud viene de lejos y todas las generaciones creen ser mejores cuando se comparan con las demás. A quien no la haya visto le recomiendo “Midnight in Paris”, en la que Woody Allen hace una encantadora reflexión sobre las trampas de idealizar el ayer y concluir que todo tiempo pasado fue mejor.

Es cierto que la cosa va rápida y las transformaciones son profundas. Un adolescente de hoy no tiene nada que ver con uno de hace cuarenta años. Que si las pantallas, el reggaeton, el culto al cuerpo, la desafección por la lectura y formas de cultura más clásicas, la concepción del éxito, sus referentes,…, tantas cosas. Ciertas, muchas de ellas, como igualmente cierto es que esta generación, como cualquier otra, es fruto y consecuencia de la nuestra y, su evolución, producto de la sensibilidad vital que le hemos dejado en herencia. El que los puretas de hoy censuremos a nuestra prole, tiene más que ver con una evocación nostálgica a la juventud que ya hemos perdido y no vamos a volver nunca a disfrutar, que con una visión honesta de la realidad. Así que menos reproches y más autocrítica.

La sensación que tengo es que hemos ido dejándonos llevar por una cómoda y relajada forma de existencia. Hemos ido cediendo progresiva y mansamente a quienes nos gobiernan cuotas de poder cada vez más relevantes. Pero resulta que el poder es como un agujero negro. Necesita retroalimentarse de forma insaciable, hasta conseguir una concentración de poder tal, que un día nos damos cuenta de que hemos dejado de tener alma y estamos convertidos en marionetas. Quienes ya tienen el poder político, legislativo y judicial, intentarán apoderarse también del pensamiento y conducta del individuo. Simples y frívolos somos más manipulables. Y tienen todo el monopolio del poder para conseguirlo. Nos hemos convertido en idiotas y, claro, los idiotas crean idiotas, aunque solo sea por roce.

Que disfruten con salud de lo votado.

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