Opinión

Libre y montaraz

Contaba Odile el pasado jueves en el Foro La Región (lo tienen en la web del periódico) cómo forjó el carácter de su padre el hecho de que hubiera tenido una infancia “libre y montaraz”. Félix Rodríguez de la Fuente no se escolarizó hasta los diez años, siendo la libertad y el contacto con la naturaleza los motores principales de su etapa de aprendizaje más temprana. Con toda seguridad, no hubiera sido la persona que fue sin que el entorno más estructurado posible, la naturaleza, le propusiese un universo de posibilidades para que su personalidad encontrase libremente sus verdaderos potenciales. “De sol a sol.”

La hija del que probablemente fue el mayor divulgador de la historia en materia de naturaleza y mundo animal ha publicado, con gran acierto y talento, “Félix, un hombre en la tierra”, un delicioso libro en el que trasciende al “amigo de los animales” a la figura de un gran humanista y filósofo. Reflexiona en sus primeros capítulos sobre la manera en la que el sistema educativo ortodoxo trunca las capacidades innatas de los niños al considerarlos como “vacíos” desde su nacimiento. La instrucción imbuida por textos, profesores y dogmas imperativos parece que sean el único vehículo de trasmisión de conocimiento.

Efectivamente, el progreso de políticas homogéneas, colectivistas y universales, dejan cada vez menos espacio al esparcimiento de la curiosidad innata con la que todos nacemos, que es la que fragua personalidades libres y acomodadas a nuestra verdadera identidad como seres humanos. Si restringimos tal posibilidad podemos estar auspiciando ejércitos de personalidades alineadas, desmotivadas, o deprimidas. Hurtar al individuo desde su nacimiento de su autoridad natural para resolverse de frente con la vida, que es “el mayor espectáculo posible a su alcance”, es una desdicha de nuestro tiempo. La esencia de la vida no se encuentra en la televisión, ni en las consolas, ni en Tiktok. Es en el contacto con la naturaleza donde se descubre. Es allí donde se experimenta, se observa y se interactúa, donde nuestra huella genética mejor se adecúa y se descubren las auténticas potencialidades, sin ahogarlas en un mar de dogmas y doctrinas que nadie jamás cuestiona. Si al menos pudiéramos elegir en esos diez primeros años de vida entre un sistema u otro, entre los paradigmas educativos más tradicionales y el sistema Waldorf, o el Montessori o, simplemente, el Homeschooling, … quizá nuestras vidas pudieran empezar a desarrollarse sin amputar de raíz nuestras capacidades naturales de desarrollo, para dotarlas de mayor autonomía y creatividad. 

Pero parece que el colectivismo ya es irremediablemente el principio rector de nuestra sociedad.

Que disfruten con salud de lo votado.

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