Opinión

Racionales e irracionales

Habitualmente se califica a los seres vivos como racionales o irracionales, aunque como casi siempre, la calificación admite matices e incluso a veces interpretaciones transversales.
Al ser humano se le supone la racionalidad, y al animal la irracionalidad, al menos convencionalmente. 
Vistas así las cosas, el hombre ocupa el vértice de la pirámide energética que conforma la vida inteligente o racional.
Desde tiempos remotos, el ser humano se ha valido de los animales, bien para su subsistencia, ayuda, compañía, exhibición, o cualquier otro cometido que le fuese útil, domesticando a gran parte de ellos, cazando a otros, o simplemente cuidándose de sus agresiones. 
La consideración hacia ciertos animales varía enormemente según el lugar del mundo en el que nos encontremos, su cultura, costumbres, religiones, fantasías o necesidades. En nuestro mundo occidental, perros y gatos son nuestras respetadas mascotas, cuando en otros lugares se los comen habitualmente. La vaca es sagrada en la India y aquí está riquísima. Para los musulmanes comer cerdo es una indignidad y una prohibición, mientras aquí le hacemos todo tipo de homenajes (as delicias do porco). Lo de los pollos ha llegado a tal grado de industrialización que, bien en forma de huevo, de pollito o de adulto, son criados ajenos a cualquier relación familiar, sin otra comida que un preparado también industrial, engordados artificialmente en el menor tiempo posible, con todo tipo de productos, y sacrificados en serie, descuartizados y ofrecidos a los racionales de las formas mas variopintas. Los judíos distinguen entre peces con o sin escamas a la hora de jalar, mientras aquí nos comemos lo que nos echen, salvo el delfín (pobriño), que suele tener bula. El mono, también sagrado para algunos, es un manjar exquisito para otros, incluso sus sesos y en caliente. Los orientales se comen todo tipo de insectos, mientras aquí los eliminamos sistemáticamente, por molestos, porque nos dan asco, o por temor. Nos asquea comer una serpiente, pero nos pirramos por una especie de inmensa araña, a la que llamamos centolla.
Ya en cuanto a “virtudes”, gran parte de los irracionales atesoran en mucha mayor intensidad, algunas que nosotros consideramos muy racionales y humanas, como la fidelidad, la paternidad o maternidad (espectacular), la entrega a los suyos, la formación, el sacrificio, etc.
El panorama de incongruencias y excentricidades, así como las reacciones de los racionales hacia ellos son enormemente extensas, pero en nuestro mundo mas cercano, la palma se la llevan perros y gatos, animales que quiero y conozco bastante bien, por haber tenido buena cantidad de ellos conviviendo, en general, amigablemente y sin roce alguno.
El problema surge cuando los racionales se fanatizan con este tipo de relaciones, en positivo o negativo, poniendo de manifiesto su irracionalidad mas absurda, fruto la mayor parte de las veces de la ignorancia, la fantasía o la irresponsabilidad más absoluta.
Con arreglo a los gatos, un animal extraordinario, curiosamente con bastante mas neuronas que un perro, infinitamente menos agresivo y mucho más desconocido para el grueso de los racionales, quienes ante su ignorancia sobre el particular, les achacan todo tipo de maldades, el colmo se produjo en 1348, con la peste que empezó a manifestarse en Europa. El Papa de turno, Gregorio IX, al igual que mas tarde Inocencio VII, jefe de una de las instituciones que mas ha vivido y explotado la ignorancia a lo largo de los siglos, decidió, el muy imbécil, que tal enfermedad, sin duda un castigo divino, era producida por los gatos, vehículos de brujería y en quien Satanás se había encarnado, por lo que propició la eliminación del mayor número que sus fanáticos ignorantes pudieran exterminar, por el piadoso método de quemarlos vivos o despellejarlos. Como consecuencia de ello, la pulga de la rata proliferó hasta limites nunca alcanzados, lo que hizo que la peste se convirtiera en una epidemia que se cargó a 25 millones de habitantes en Europa, cerca de un tercio de la población. 
Ahora, otra panda de fanáticos, que se hacen llamar animalistas, a los que se les supone que comen pollo, cerdo, vaca, pescado, que tienen zapatos de piel, carteras de cuero, etc., que entienden la ecología tan penosamente como nuestros políticos la democracia, estaban dispuestos poco menos que a dar su vida por un perro, que había convivido con una enferma de ébola y que podía poner en peligro a gran cantidad de racionales del mismo aspecto que ellos, utilizando argumentos de un buenismo y de unos pretendidos derechos perrunos, opuestos a todo lo medianamente razonable, de una irresponsabilidad, que les hace perfectamente acreedores a ese trasvase de racionalidad o irracionalidad, que supone esa línea desdibujada entre hombres y animales.
Si una burrada absolutamente irracional, en lugar de haberlo atendido en origen, fue traernos el ébola a España-Europa, a través de una irresponsable meapilas (¡ministra!) que segrega agua bendita por las orejas, cuando se está demostrando día a día, que no teníamos la menor preparación para ello (¡y no dimite!), un acierto ha sido, ante la menor duda de contagio, el sacrificar a un perro (una pena) que podría haber iniciado una cadena de nuevos casos, de fin desconocido.
Sentidiño, menos fanatismos, y cada cosa en su sitio.

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