Opinión

El peor cargo del mundo

Creo que fue Ringo Starr el que, preguntado por cómo se sentía cuando dejó de ser un beatle, respondió que cuando uno está en lo alto de una montaña, por cualquiera de los caminos que elija desciende. Tenía razón, pero o Grande Marlaska no le ha oído o no le gustan los Beatles.

Fernando Grande Marlaska era un juez que se había ganado -con todo merecimiento- el respeto de todo el mundo. Magistrado de la Audiencia Nacional, se distinguió por su tesón en el combate contra los capos del narcotráfico, el mismo que utilizó para perseguir a ETA, facetas en las que se distinguió no solo por sus métodos honestos sino por sus excelentes resultados. Hoy, Fernando Grande Marlaska es una caricatura de sí mismo. Amedrentado, superado por las duras situaciones a las que ha tenido que enfrentarse, y devorado por las servidumbres anti natura que los compromisos derivados de su función política le han obligado a adoptar, rehúye las comparecencias, procura no acudir a los lugares calientes y ha entrado en una situación caótica que no solo le resultará insoportable por el alcance de las decisiones adoptadas, sino por la huella que esas decisiones son capaces de infringirse a sí mismo. El  honorable magistrado de antaño es hoy un ministro vencido. Es el que de su ramo más tiempo ha durado en el cargo desde los tiempos en los en que recuperamos la democracia. Pero hay que preguntarse a qué precio.

Este último episodio desolador de los agentes de la guardia civil asesinados en su bote de remos por una cuadrilla de narcos a bordo de un lanchón de quince metros, es la gota que colma el vaso y el colofón de una trayectoria que lo  desnuda y lo acusa –disolvió una unidad de élite anti-narcos que había creado él mismo- pero de la que con seguridad no es único responsable, si bien su desarrollo y este terrible colofón impuesto por la viuda de uno de los agentes que se ha negado a que impusiera  la medalla correspondiente sobre el féretro de su marido, lo inhabilitan para seguir, pues no cuenta ni siquiera con el apoyo de los policías a los que manda. Marlaska es preso de su situación y no depende de su placer sino del ámbito político que lo sostiene y no le dejará irse. Seguirá muriendo poco a poco hasta que de él no quede ni la sombra. En ese momento, repudiado por su ámbito natural y con el prestigio perdido, igual lo dejan marchar. Lo hará echo trizas.

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