Opinión

Momentos de debilidad

Tantas horas contando azulejos, traviesas de madera en el parqué del salón, libros, flores de un estampado u ovejas cuando uno se mete en la cama, dan para mucho y existen ciertos tiempos dormidos a lo largo de la jornada que no se pueden rellenar de actividades frenéticas por mucho que se intente destinarlas a algo provechoso. Todos nos hemos trazado un calendario razonablemente estructurado de rutinas caseras con las que uno se echa el día a la espalda, procurando además aplicar ese esfuerzo en actividades ventajosas para la salud de cuerpo y alma. Uno, por ejemplo en su modestia, ha establecido un circuito en círculo que equivale a unos veinte metros caminando por su casa, y se mete todos los días diez kilómetros de andadura entre pecho y espalda medidos por tableta electrónica, que uno acaba viendo flores de celofán en amarillo y verde,  taxis de papel  de periódico y árboles de mandarina como los que veía Lennon en sus frecuentes ensoñaciones. La salida se ha establecido en la puerta del cuarto de baño, y el puesto de avituallamiento y socorro está instalado en la esquina del recibidor con la puerta de la cocina. Recorriendo al galope la casa en pantalón corto y auriculares wireless en las orejas, uno pierde paulatinamente el deseo de caminar solo hasta la nevera y vuelta al sillón frente a la tele, con una birra en una mano y una bolsa de patatas fritas en la otra, pero no todos los días se puede ahuyentar al diablo que habita agazapado en el interior de las latas de sardinas en aceite y bajo la piel roja de los quesos de bola. Cuando el maligno te guiña el ojo desde el interior del frigorífico y te prueba mostrando la hermosura sin precedentes de una botella de cerveza helada, poco puede hacer uno salvo cerrar los ojos y entregarse. Son los instantes de mayor exposición en los que el estado de vulnerabilidad toma el mando y a los que uno acude prácticamente desarmado. Se da entonces a la lectura y comprensión de bulos, se entrega a los debates sobre si el general de la Guardia Civil ha metido o no la pata, o si es bueno o malo que los niños salgan a la calle. Te cuentan que los mayores no vamos a poder salir hasta Navidad como poco, te das a la amargura y se te cae el sombrajo. 

Yo que usted, en esos instantes de debilidad manifiesta, comenzaría a aprender a tocar el bajo, que es muy sufrido y da para largo.

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