Opinión

Los cadáveres vivientes

Si uno ausculta el panorama y fija su mirada en ciertos iconos del siglo pasado, comprueba con arrobo que algunos de los que todo el mundo pronosticó que morirían jóvenes, no solo no lo han hecho sino que permanecen activos a una edad en la que muchos otros individuos a los que se consideraba el paradigma de la salud y los cuidados llevan una enormidad criando malvas. Se me ocurre, así a vuela pluma, pensar en los componentes de los Rolling Stones, por los que nadie daba un chavo. Son parte de una generación que vivió a tope, columpiándose sobre el abismo y subiendo y bajando a los avernos todos los fines de semana. Mick, Keith, Charlie, Bill y Ron han sobrevivido a sí mismos y están vivos próximos a cantar los ochenta en copas o en bastos. Todos se han metido lo que no está en los libros y han hecho de su cuerpo unas maracas. Excesivos, dislocados, subiendo a la estratosfera a golpe de canutazo cuando el carburante no era mucho más fuerte –Dylan puso a los Beatles en el camino de la marihuana y un dentista londinense les abrió por sorpresa las puertas del LSD- viven ahora una senectud serena como la viven Ray Davies, Steve Winwood, el mismo Dylan, Elton John, Eric Clapton, Ringo Starr, Robert Plant, Phil Collins o Paul McCartney. Y muchos más…
Hace poco leí una entrevista formulada al actor Eusebio Porcela, que sigue en activo con casi ochenta años y en una forma envidiable. Confesando en la conversación que ha sido un heroinómano de tomo y lomo, y que no hay cosa que no haya probado y se haya metido entre pecho y espalda, reconoce también que está vivo de milagro y que probablemente le debe seguir aquí a que, con un colocón del diez, se marchaba al Retiro a correr y se atizaba diez kilómetros de marcha. Cómo se puede hacer ejercicio de esa naturaleza hasta las cejas de jaco sin sufrir un infarto agudo que te lleve al otro barrio es algo que solo conocen Porcela y algunos otros que han sobrevivido y viven para contarlo. 
A lo mejor resulta que bañarse en drogas de todas clases, inyectárselas, aspirarlas, untárselas o metérselas por retaguardia en plan supositorio como han hecho ciertas vacas sagradas del pop, no es tan malo. Si todos aquellos cadáveres vivientes imaginados resulta que están vivos y coleando, o nos han engañado con sus adicciones o la cosa no es para tanto. De otro modo, las cuentas no salen. Habla Jagger, habla. Igual era todo fachada y tú, en realidad, ni lo has catado.

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