Opinión

Gallegos y mal fario

De entre los muchos episodios trágicos que alfombran nuestro devenir histórico, pocos son los que aglutinan un mayor número de afinidades, de similitudes y sensaciones como los que se citan en las muertes de Eduardo Dato y José Canalejas, ambos figuras señeras de sus respectivos partidos políticos, ambos primeros ministros del rey Alfonso XIII, y ambos gallegos. A lo largo de nuestra extensa trayectoria parlamentaria, no han sido muchos los gallegos que han desempeñado el cargo de primer ministro, ni tampoco abundan aquellos que han perecido asesinados mientras ostentaban el cargo. Gallego de Lugo era Rodil, y compostelano era Montero Ríos como lo era también José Canalejas el firmante de la famosa desamortizadora “ley del candado”. En A Coruña capital nació el conservador Eduardo Dato, aunque poco ejerció de gallego porque vivió en Madrid desde muy joven y en Madrid hizo fama y fortuna, ambas a manos llenas. Gabino Bugallal, su amigo fraterno que lo sustituyó apresuradamente y juró su cargo con Dato tendido en una mesa en el salón contiguo acribillado a balazos, había nació de Ponteareas y no cumplió ni medio año en el cargo. Santiago Casares Quiroga también era coruñés y fue el primer ministro al que le estalló la guerra entre las manos. Cierra la lista por el momento Mariano Rajoy, compostelano de cuna y pontevedrés de corazón,  al que muchos añoran más de lo que él mismo se supone.

El hecho de que, de los cinco jefes de Gobierno muertos en España en el desempeño de su responsabilidad –Juan Prim en 1870, Antonio Cánovas del Castillo en 1897, José Canalejas en 1912, Eduardo Dato en 1921 y Luis Carrero Blanco en 1973- dos fueran gallegos es un tema que mueve a la reflexión, e insinúa la posibilidad de que  la procedencia gallega en el concierto político acarree también una notable cantidad de mal fario. Pero conocidos los hechos, lo más razonable es atribuir ambas muertes al desastroso sistema de seguridad establecido para resguardar la vida de ambos. Canalejas fue tiroteado en plena calle mientras paseaba bajo la mirada distraída de un escolta, y se paraba a contemplar el escaparate de una librería. Dato murió acribillado en el coche, en compañía de su chofer, por los disparos de un anarquista catalán que disparó desde una moto. No hay quien se lo crea pero es cierto. En ambos casos.  

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