Opinión

El bueno, los feos y el malo

Como  hay gente que me conoce y que sabe perfectamente de qué pie cojeo, hora es de advertir previamente que mi reconocido madridismo no me hurta de un análisis medianamente desapasionado del comportamiento del Real Madrid en este último y torturado tramo de la temporada. Los jugadores profesionales de fútbol están siendo exigidos al máximo por unos organismos públicos y privados insaciables que están forzando más allá del límite los márgenes del comportamiento humano y están haciendo de los jugadores de élite verdaderos esclavos excepcionalmente bien pagados.  Esta temporada ha sido particularmente intensa y exigente hasta la crueldad, con un campeonato mundial entre medias de todas las competiciones que los organismos que gobiernan el balompié universal imponen para seguir exprimiendo las ubres de las vaca sagrada hasta que maten a la vaca y descabecen a la gallina de los huevos de oro.

El Madrid fue laminado por el Mánchester City y está al borde mismo del colapso. Desde esa derrota e incluso antes de ella ya no es el mismo y pareció alcanzar su punto máximo en la final de la Copa del Rey. Desde entonces, el equipo se desmoronado, está roto y agotado. Pero todo ello no oculta el desagradable ámbito que se está creando en torno a Vinicius y que en Valencia acabó manifestándose en toda su lamentable desgracia. Vinicuis es un joven jugador de veinte años al que hay que proteger y no maltratar. Es un chaval que juega al fútbol y se divierte haciéndolo al que un día van a partir de en dos y al que, con la colaboración de un arbitraje contemporizador y absurdo y con la ausencia legisladora de la Liga de Fútbol y la Federación, van a acabar desmembrando.

 Lo de Valencia fue una vergüenza y es exigible     que desde las altas instancias federativas no se analicen sus pormenores y se tomen decisiones urgentes porque lo ocurrido sonroja y lo que aún es mucho peor, convierte en racista a todo un país contagiado de la ferocidad y la intransigencia de un público atroz y desbocado. Venicius, -al que volvieron a abrasar a empujones y patadas, al que le hurtaron un penalti de libro, y al que agarraron por el pescuezo antes de que el árbitro lo expulsara- sufrió el horror de una masa en estado de sitio. Y cuando todo un estadio corea su nombre y le llama mono, hay que proceder taxativamente y de inmediato. De no hacerlo, todo irá a peor.

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