Opinión

Menos coñas con las cartitas

Pues sí, dilecta leyente, somos muchos a los que no nos caen bien los tránsfugas, porque normalmente su cambio de voto responde a intereses espurios, difíciles de justificar, y suelen provocar una reacción violenta por parte de aquellos que un día los votaron integrados en el partido al que ahora traicionan, y el repudio de los políticos que lo creyeron un compañero más. Pero eso no justifica ni que se llegue a la agresión ni que se le amenace, porque eso supone un comportamiento delictivo y por lo tanto totalmente rechazable. Hay medios que proporciona el Estado de Derecho, como es la vía judicial, si procediera, o el acuerdo serio entre los partidos para no tolerar tales comportamientos. Claro que puede haber casos en que el cambio de orientación política responda a una especie de conversión paulina, que tampoco se puede descartar.
Ni la corrupción ni la inmoralidad deberían tener cabida en la política si se quiere que la gente respete tan necesaria y a veces excelsa actividad, cuando realmente se tiene como meta el servicio al pueblo y no servirse del pueblo, siguiendo aquella máxima de “no preguntes lo que tu país puede hacer por ti, sino lo que tú puedes hacer por tu país”.
Para ello, es necesario llegar a la política con experiencia de haber trabajado antes en el ámbito privado o funcionarial, haber triunfado profesional y socialmente, para tener algo positivo que aportar y compartir con sus conciudadanos: el éxito y valores que le acompañan. Y no el resentimiento y la frustración del perdedor, cuando no la irresponsabilidad del aventurero. Así, recientemente, hemos visto a miembros de determinados bandos políticos pasarse a la actividad privada, por no estar conformes con determinada deriva de su partido, pero claro, les esperaba una cátedra o un puesto de ejecutivo. Eso les permite actuar con un mínimo de dignidad, proporcionándoles la libertad necesaria para tomar decisiones con arreglo a su conciencia. Los otros, a los que fuera de la política sólo les queda el pozo del paro o el abismo de la indiferencia, se aferran al carguito como lapas, tragan sapos y sables, aplauden a rabiar al líder de turno y se convierten en un rebaño de obedientes borregos, siguiendo con resignación al ovejo,  (que, indefectiblemente les lleva al matadero o al suicidio colectivo)) por muy intrincada, escarpada reseca y sin salida que sea la ruta que les marque.
Otra cosa es lo que pasó, hace unos diez años, a un tránsfuga de Mos, al que le han enviado una carta  con una bala amenazadora, al más puro estilo mafioso. Y eso es pasarse varios pueblos (parece que fue pionero en recibir este tipo de bufonada). Y es que los gallegos tenemos nuestro peculiar sentido del humor. Lo que llamamos retranca.
Ahora parece que se ha vuelto a imponer la trágica moda impuesta por ETA, que ha tenido su acogida en algunos medios políticos, como acabamos de conocer (lo que los madrileños, por sus peculiares circunstancias, consideran choteo). La diferencia es que la banda terrorista cumplía sus amenazas. ¡Así que menos coñas! En cualquier caso, cuidado con lametear sobres y sellos.
¡Con lo que puedes fastidiar con una embarazosa y erótica  “carta de amor” al rival, que pasa todos los filtros!  Dejándolo enajenado y, tal vez, ultrajado, sin necesidad de recurrir a métodos tan bravos. ¡Paz y Amor, querido adversario!
¿Es que no se puede esperar un poco de imaginación de la peña? ¡Por lo menos, diviértannos! 
A propósito, reconozco que me erotiza Isabel Ayuso; me tendré que confesar con el padre Apeles. Claro que sería de manicomio que sintiera lo mismo por Carmen Calvo.

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