Opinión

El final del verano...

Pues, dilecta leyente, la imagino bronceada, relajada y lamentando que las vacaciones se estén acabando. Por mi parte, aquí en Playa América podríamos montar una comisaría y un juzgado para nosotros solos, dada la cantidad de barrigas al aire que se desparraman por la limpia y fina arena de gente de la bofia y los boguis. Los criminólogos recordamos con estupefacción uno de los más horripilantes casos sucedido hace años, en el que una familia, casi al completo, tras ser secuestrada, fue aniquilada por unos polis asilvestrados, en una truculenta acción que recuerda la novela llevada al cine “A sangre fría”, de Truman Capote.
Fue un crimen despiadado, pero en cuya ejecución se notó la mano de un experto ejecutor, al que las cosas no salieron como tenía planeadas, pero que tal vez pudo ser un crimen perfecto. Mas no entremos en escabrosos detalles y dejémonos arrullar por el envolvente sonido de las caracolas y el ronco bramido del mar, que estamos en plena canícula de agosto y hay que apurar el tiempo que queda para volver a la bulla con los clientes, los colegas, sus señorías y los de Hacienda.
Aquí se nota la cuidada educación de los hidalgos castellanos que nos visitan, a los que con cariño nos referimos como “Los madrileños”, siempre dispuestos a disculparse con los hijos de esta “nazón de Breogán”, poco dados a cumplidos, pero que saben dar a “esquecemento da inxuria o rudo encono”. Son gente agradecida por nuestra peculiar hospitalidad, nuestro generoso marisco y nuestras hermosas playas que ponemos a su disposición, mientras disfrutan de nuestras ancestrales costumbres. Y esperan de esta Galicia Meiga, ver a la Santa Compaña o Manuel Blanco Romasanta, nuestro primer hombre-lobo de la historia. Al final se embelesan con las historias de nuestros viejos marineros, émulos del épico Ulises. Claro que aquí nuestras penélopes lo que tejen son redes.
Lo que hay es fiestas casi todos los días. Cada parroquia conmemora su particular patrón, y ya se sabe como se celebran por estos lares estas cosas. Para comenzar el día, dilecta, yo le aconsejaría un delicioso y completo desayuno en La Vela, regida por Lourdes, que lleva incluido, por deferencia de la casa, fruta y un pastelito de pudin. Su decoración proporciona un relajado ambiente íntimo y personal. Es el preferido de la gente con espíritu jovial. 
Si busca un restaurante con glamur, donde sentirse confortado con la atención, vaya al “Arealoura”, que también es heladería, donde, entre cuya deliciosa diversidad culinaria, siguen con su inigualable arroz con bogavante y su exclusiva empanada casera, y si tiene suerte puede conseguir que le hagan un soufflé, fuera de carta. Además, para ayudar a hacer la digestión, tiene una deleitosa y extensa variedad de helados de copa que le hace sentirse como en una isla tropical. Allí reina Miguel, chef de los de uniforme, bajo la discreta mirada de Merchi, su esposa. Le aseguro que deseará volver.
Pero no olvide que en el “Concordia” han incorporado al menú tradicional casero, sardiñada y churrascada y, como despedida de agosto, “festa rachada” con un banquetazo a lo medieval. También tiene excelente marisco, que ofrece en forma de parrilladas. Todo ello, en la terraza, bajo el cobijo de una gran y acogedora carpa. Y no tiene que preocuparse de dónde aparcar, pues Juan, su propietario, le ahorra ese problema, ya que el local dispone de aparcamiento propio.
Ahora, si quiere una cena romántica, en un ambiente bucólico, acuda a cenar al Angelito Senior, un clásico lleno de historia. Allí puede elegir, entre gran variedad de platos, un besugo al horno. Siéntese con su pareja en el patio interior, con frondoso árbol en el centro, decorado, al menos a mí se me antoja, como un patio andaluz, y considérese abducida por la luz de las estrellas. Todo rodeado de un halo de romanticismo que invita a la paz interior y al enamoramiento, según el estado de las hormonas, porque allí Cupido tiene su templo. Lo malo para los sibaritas, es que sólo abre unos meses de verano.
Para hacer la digestión, dese un garbeo por ese romántico paseo de madera que lleva a Panxón. Y si tiene suerte podrá salir indemne de tanto desaprensivo transgresor, armado con bicicletas, perros, patinetes, etc. Y ya me contará. Mejor, cuénteselo al Alcalde.

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