Opinión

Crimen de honor

Suena el teléfono, ¡menudo trajín, tener que hacer desistimiento de la siesta que comenzaba a disfrutar! Era un antiguo cliente, un marinero, para comunicarme que  acababa de matar a un compañero, tras haberle arrancado un ojo, arrojándolo al mar.
Era un hombre reservado, con la pupila avizor, que llevaba en su interior una gran concentración de odio, ante la sospecha de infidelidad de su joven esposa, y que había decidido contratar a un detective para vigilarla.

Había acudido recientemente al despacho en busca de asesoramiento jurídico, pues creía haber descubierto al “Casanova”; donde se le había aconsejado que se olvidara de lavar con sangre “el honor de la familia” y que en todo caso se divorciara; pero se ve que al final decidió tomarse la justicia braguetera por su mano. 

Bueno, me dije, respecto a la falta del ojo podemos esgrimir que se lo comieron las gaviotas y evitaremos la acusación de asesinato con ensañamiento. Cogí mi abrigo y mi sombrero y enfilé hacia la Comisaría.

Menos mal que en este caso el “crimen de honor” no se había saldado con la muerte de la “adúltera”, pensé, que es lo que venía siendo lo tradicional en todas las culturas, costumbre aún vigente en muchos países. Aunque con los talibán que tenemos aquí, de cosecha propia, nos sobra moral calderoniana. Al menos no tendremos que enfrentarnos al colectivo feminista. ¿Y si sí? Le aconsejé que confesara a las autoridades el crimen, pues ello le supondría una importante reducción de la pena. 

Mientras le acompañaba a la Policía, me comentó que no sentía ningún tipo de arrepentimiento. Le tuve que explicar que no era necesario, que nuestro Código había eliminado cualquier connotación religiosa; que se trataba, simplemente, de una cuestión de economía procesal, al facilitar la investigación. “Pues, si lo sé, les llevo el cadáver para evitarles molestias”, me dijo. ¡Y yo me cisco en el bosón de Higgs y los fermiones! Exclamé.

Al final, hubo acuerdo con el fiscal, que admitió la atenuante de estado pasional o arrebato y, alternativamente, obcecación, que, unida a la confesión, se consiguió que la pena inicialmente solicitada quedase sustancialmente reducida. Le visité en la cárcel, le vi bien y me dijo que se entretenía haciendo barquitos de madera al tiempo que disfrutaba del vis a vis con su “arrepentida” esposa. Me preguntó cuando saldría de allí. “Lo que has hecho no es ninguna tontería, así que cuenta con que te va a dar tiempo a hacer una pequeña flota”, le dije. Y no tuve menos que salir silbando “Garufa” (…/pucha que sos divertido/…) del inolvidable “Carlitos” Gardel.

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