Julio Fernández Gayoso continuar un minuto más al frente de la entidad residual de la que otrora fuera primera caja gallega. Más, cuando la renuncia de Mauro Varela a la presidencia, le devuelve de facto al rango de primer ejecutivo de un engendro creado a mayor gloria de quien se cree en el derecho de mantenerse sobre una poltrona a la que se subió hace casi medio siglo -y a la que sigue aferrado, pese a que no quede casi nada o nadie sobre quien mandar- aún a costa de burlar la legislación cambiando los estatutos y sobrevivir a la jubilación a los 75 años.
Fernández Gayoso no puede seguir un instante en su puesto, del que recibe los beneficios inherentes a tal canonjía, después de que el fiscal le haya señalado como presunto autor de un delito de administración desleal de cantidades cercanas a los ocho millones de euros. Y pese a la polvareda que ha levantado el asunto de las indemnizaciones, no es exagerado decir que eso es lo de menos, frente a años al frente de una gestión que dilapidó un patrimonio de tantísimos gallegos, que volatilizó miles de millones. Habrá que esperar a ver si ese papel no es también merecedor del ojo de la justicia para conocer detalles y pormenores del camino que llevó a la debacle a la primera entidad financiera de Galicia.
A estas alturas, la dimisión es el gesto mínimo e inmediato ante la sociedad gallega para cerrar el capítulo del bochorno al que ésta asiste. Es hora de asumir que el poder omnímodo es historia y dejar lo que el ejercicio con mano de hierro le procuraba: el incienso, la adulación ilimitada, el boato, la altivez, el audi... La hora de acudir con humildad a la Audiencia Nacional a dar explicaciones. Nada más.