Opinión

Intereses particulares sobre los privados

Transcurridos tres días desde el 14-N, lejos de atenuarse sus efectos, cada hora que pasa aparecen más nítidos, sin que nadie se dé por aludido. A estas alturas resulta francamente escandaloso que se haya paralizado un país a la fuerza para nada, provocando muchos millones de euros en pérdidas, con importantes daños causados por los denominados piquetes informativos, que en realidad son comandos violentos que tienen como misión atemorizar a la población y extender el miedo (modus operandi) para que unos cuantos sindicalistas vayan de campeones y puedan salvaguardar su estatus.

Escandaloso resulta que grupos de individuos, niños incluidos, con la cara tapada se dediquen a destruir todo lo que encuentren a su paso, sea público o privado. Deberían explicar los líderes sindicales por qué amparan y toleran la presencia de violentos descerebrados, sino es para que asuman el cometido de atemorizar a la ciudadanía y poder lavarse las manos después, diciendo que ellos no han sido y que ni siquiera eran de su organización.

La huelga general es un desvarío alimentado por una inmensa hipocresía colectiva. Cómo, sino, puede explicarse que haya decenas de testigos de un grupo rompiendo escaparates, derribando contenedores, robando supermercados y, en definitiva, poniendo todo patas arriba; que de los mismos hechos exista testimonio gráfico y, sin embargo, no se haya producido ninguna detención por parte de las fuerzas de seguridad. Esto huele a connivencia y pasteleo articulado en torno a sabe Dios qué intereses, en una perversión del juego democrático.

¿Cómo pueden tolerar las autoridades políticas y policiales destinadas a garantizar el orden y el respeto a los derechos ciudadanos de los no huelguistas, comportamientos mafiosos como el que supone obligar a cerrar a todos cuanto establecimiento hostelero que encuentran a su paso los piquetes, excepto el que utilizan para su propio avituallamiento? Los sindicalistas y sus acólitos pueden tomar café caliente o chocolate con churros o buenas dosis de alcohol para calentar los ánimos, mientras el local hace el agosto, pero el resto de los establecimientos del ramo –o de otro- deben bajar la persiana, so pena de exponerse a sufrir las consecuencias de los violentos. Muy raro todo, tanto como el silencio cómplice y extraño del Gobierno, como si tuviese prisa en pasar página y que no se hable más de la huelga, amparando, de paso a esa obscena elite sindical que vive ajena a los problemas de los trabajadores y de los que ni lo son porque no pueden.

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