Opinión

Fastos electorales

La propuesta del PP de suprimir las campañas preelectorales suena muy bien, pero el problema radica en que no conozco a ningún partido político que no esté en precampaña electoral. En España, el partido que ha alcanzado el gobierno se pasa gran parte del tiempo, no gobernando, sino intentado demostrar que la oposición lo haría mucho peor; y a la oposición se le ve la patita en los regocijos que le estremecen cuando el gobierno mete la pata, porque eso les puede favorecer electoralmente. Otro sí, los ayuntamientos, las diputaciones provinciales, las comunidades autónomas, sean de izquierdas de derechas o etiqueta confusa, invierten grandes cantidades de dinero en explicar a los ciudadanos, como si a todos los ciudadanos se les escurriera una fina línea de baba tonta desde la comisura de los labios, que ellos están haciendo esa carretera, o arreglando ese jardín o acondicionando ese paraje natural, es decir, que bajo el santo y seña ‘Mecahis que guapos somos y cuántas cosas os hacemos con el dinero que os sacamos de los impuestos’, hay una pastizara de millones y millones de euros para que nos enteremos, de una vez, que las líneas del AVE las lleva a cabo el Ministerio de Fomento, y que los hospitales en los que nos atienden con retraso dependen de las comunidades autónomas, y así sucesivamente. Hay ocasiones en que la contratación de una campaña publicitaria no sólo es aconsejable, sino imprescindible (el peligro de una pandemia, por ejemplo), pero en la mayoría de las ocasiones los anuncios son puro incienso para ministros, alcaldes y presidentes. Y esa coletilla final ‘Gobierno de España’, como si cupiese el error de que eso lo pudiera llevar a cabo el gobierno de Andorra o el de China, me parece un insulto a la inteligencia. O sea, que muy bien por la propuesta que ni siquiera los proponentes creo yo que aceptarían.

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