Vigo no es Pontevedra, sino precisamente todo lo contrario. Así ha sido durante los últimos 200 años, en que cada ciudad ha tomado un camino distinto, aunque ambas han quedado enclavadas en el mismo departamento administrativo, probablemente para mal. Es muy posible que los pontevedreses quieran divorciarse de los vigueses cada vez que se encuentran con que tienen que compartir la Audiencia, la Tesorería e incluso la Delegación de la Xunta, lo que no pasa en ninguna otra provincia. Es lógico que se enfaden. Pero es lo mismo que sucede en Vgo, donde la marca provincial ha sido y todavía es como la de Caín, un distintivo impuesto que lleva en algunos casos a calificar a la mayor ciudad de Galicia como “un municipio pontevedrés”. Como se puede ver en casi todas las direcciones, Vigo-Pontevedra o Vigo (Pontevedra). Terrible.
Dice el nuevo subdelegado del Gobierno, ourensano de nacimiento, pero vigués de convicción y residencia, que Vigo y Pontevedra conforman una sola área urbana y eso se puede constatar con cifras. Abel Losada es un especialista en economía y específicamente en demografía y fenómenos sociales y sabe lo que dice. Con datos en la mano, sostiene que la autopista se ha convertido en una especie de gran vía que une ambas ciudades. Lo es, pero las distancias son más que kilométricas entre Vigo y Pontevedra: son de modelo. Pontevedra no quiere crecer sino que expresamente ansía ser como siempre fue, una capital bonsai, con todo cerca. Vigo es un tiburón que no puede dejar de moverse, obligado a crecer para mantenerse con vida. Ahí residió su éxito y la única posibilidad de lograr servicios y juzgados reservados para una capital. Quien crea que Vigo es como Pontevedra y no debe crecer más simplemente se equivoca. Para Vigo sería letal. Málaga es un ejemplo de lo que puede ser Vigo: en los tres últimos años ha ganado 50.000 habitantes por sus enormes atractivos en lo laboral y cultural y se postula como un nuevo polo en España, a la altura de Valencia, Sevilla o Bilbao.
