Besteiro ya ha sido debidamente entronizado por su jefe, el gran PS, así que ya solo queda fijar la fecha para las elecciones gallegas (el 18 o 25 de febrero) y que comiencen los juegos. Que se celebren ya y no cuando toca, en junio, es pura ingeniería electoral: por la coincidencia que se produciría con las europeas, de las que el PP gallego quiere huir. A los dirigentes populares no les gusta que las autonómicas se celebren simultáneamente con otros comicios y como marzo es un mes vetado -herencia de Fraga, que recelaba de las votaciones en los Idus, también en noviembre, con los Difuntos- no había más opciones que febrero o abril. ¿Y para qué esperar a abril cuando febrero está ahí al lado y la maquinaria ya está perfectamente engrasada y con la tropa en posición? El PP se presentará sin apenas competencia, gracias a que Vox no pinta nada en Galicia, donde toda su representación al cabo de los años se reduce a un concejal en un pueblo de Ourense. No es el caso del otro polo, cada vez más fraccionado: el PSdeG tiene al menos dos marcas más a su izquierda, el BNG y Sumar, y falta por ver qué hace Podemos, que en su agonía todavía es capaz de montarse una Marea o una plataforma similar.
El PP anota a favor que el BNG está por encima del PSdeG en estos momentos -ya ocurrió en las anteriores autonómicas- y esa circunstancia apoya sus posibilidades de renovar una quinta mayoría absoluta. En contra, que Alfonso Rueda resulta mucho menos conocido que Alberto Núñez Feijóo, aunque ha tenido un año y medio para ganar popularidad. Pero a cambio Rueda tiene un perfil que resulta mucho más difícil de demonizar por sus rivales. En el PSdeG lógicamente dicen que salen a ganar, pero las encuestas, todas (publicadas y no), dicen que no, y que el PP renovará la Xunta.