Opinión

Alfonso Guerra, de la polémica a la cordura

Como a una persona le cuelgan un sambenito malamente se deshace de la colgadura y paga las consecuencias. Este es el caso de Alfonso Guerra (Sevilla 31/5/40) que ahora se despide del Congreso después de haber sido el decano desde las Cortes constituyentes. Allí ha estado desde 1977. Ha sido vicepresidente del Gobierno socialista (1982-1991) y posee numerosas condecoraciones españolas y en el extranjero. Hombre culto, amante de la música y la lectura, político que ha evolucionado hacia un temple y serenidad de los que otros carecen. 
Sin duda alguna se dan en él luces y sombras. Pero nadie podrá, ni la Historia tampoco, quitarle el haber sido un pilar fundamental de la Transición y de nuestra democracia en general. Es el undécimo de trece hermanos. Y precisamente a raíz de lamentables actuaciones de uno de ellos dejó la primera línea de la política nacional pasando a una situación acaso mucho más positiva para el bien del país. En un primer momento ocupó una postura que en nada se parece a la que hoy le caracteriza. Otrora siendo la polémica voz estridente del Gobierno y partido de Felipe González, hoy la ponderación y sentido de Estado. Una situación complicada en un momento nada fácil. Pero es claro que supo pasar a la retaguardia y seguir trabajando desde su escaño con cordura y sensatez.
He tenido la suerte de conocerle y hablar con él en una visita a Lisboa donde pronunció una conferencia en el Instituto Español y, por cierto, en los veintidós años que llevo en el centro nunca he visto a los alumnos atendiendo con toda seriedad. Se captó al alumnado que le siguió sin pestañear. Porque cuando Guerra habla, dice cosas que interesan, ideas con contenidos y propuestas siempre interesantes. Hablando con él descubrí un Alfonso Guerra distinto al de antaño. Ponderado y con los pies en la tierra sin renunciar a su ideología y tendiendo puentes y adaptándose a la realidad del momento sin estridencias.
Supo y sabe discrepar en silencio, salvando la unidad de su partido. Es obvio que discrepó del Estatuto catalán y de sus jefes de filas en muchos momentos, pese a que su coherencia y sentido de Estado le mantuvieron en la unidad partidaria. Estoy plenamente convencido de que si aquellos sambenitos de otrora fuesen de otro signo, hubiese llegado a ocupar cargos de mayor responsabilidad. Carisma y talla tiene de sobra. Nada me extrañaría que algún día fuese llamado a ocupar algún otro cargo institucional. España necesita de personas serias y con contenidos sólidos para llevar esta nave tan maltrecha últimamente. Un referente para la democracia española y un valor para su partido. Personalmente opino que mal harían los socialistas españoles olvidando su persona, marginando su figura y obviando su consejo; pues sigue siendo una muestra para la tan depauperada clase política española. Tanto él como Julio Anguita lamentablemente están al margen.
Un país lo dirige el gobierno, pero también es cierto que la oposición ocupa un lugar insustituible en ese empeño de llevar adelante la cosa pública. Sin estos dos pilares (gobierno y oposición), mal irá la cosa. De la responsabilidad de ambos depende la buena marcha.
Hablé al comienzo de luces y sombras. Me he limitado, en este momento, a hablar de las primeras dejando para otros los momentos menos felices porque en la despedida parlamentaria sería improcedente y en este caso injusto. Y además se me acaba el espacio de este jueves.

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