Opinión

Aquellos formidables muchachos de la Galicia profunda

Durante el servicio militar, hace ya 55 años, tuve ocasión de conocer y tratar a muchos soldados que procedían de la Galicia más profunda, algunos de ellos analfabetos o semianalfabetos. Hombres rudos, de enorme nobleza. Recuerdo con gran cariño todavía sus nombres y la enorme calidad humana de aquellos chicos que salían de sus pueblos de las montañas de Lugo o Ourense por primera vez en sus vidas. Los de la ribera de la mar suelen tener otro carácter, marcado por sus horizontes abiertos, excelentes también, pero yo conviví más que chicos que bajaban por primera vez en su vida desde los valles profundos y los pueblos ignorados. Si alguna vez en mi vida me viera en alguna situación apurada, una catástrofe, una guerra, algo extremo, quisiera estar acompañado por aquellos muchachos. Leales, obedientes, serviciales, generosos. Y con su propia cultura, la del campo y la montaña, que tantas cosas nos enseñaron a los de ciudad. Podrían tener menos instrucción formal o reglada, pero estaban preparados para enfrentarse a la vida cotidiana. Y eran sencillamente buenos.
Recuerdo su entusiasmo por aprender, el interés y el esfuerzo con que acudían a las academias o a los cursos de la Promoción Profesional Militar, de donde salían con la cartilla escolar o con un oficio nuevo. En las vigilias de la guardias de aquel frío invierno de 1968 en el Regimiento de Infantería Zamora 8, en el viejo caserón de San Francisco, en Ourense, pasé largas horas junto a ellos escuchando y aprendiendo, mientras circulaba entre nosotros la botella del “saltaparapetos”, un aguardiente capaz de matar a un mulo, pero que nos calentaba por dentro y por fuera. Vi a estos muchachos curar a las caballerías con remedios ancestrales mejor que un veterinario, y compartí con ellos, con su generosidad, el “jalufo” (término militar importado de África) que les mandaban de casa. Y los vi valiente y decidimos, apagando incendios forestales en la vanguardia del riesgo, enseñando a los de ciudad como se combate el fuego y se salva la montaña.
Debo reconocer que pensaba en ellos, en sus padres y sus familias cuando alguien se refirió al gallego analfabeto. Y no pude contener la ira. Porque todos ellos aparecieron de repente ante mí, con su pelo rapado, su sonrisa y sus manos encallecidas y nobles de los mejores hombres que he conocido. Revisando viejas fotos de aquel lejano tiempo vuelven a aparecer sus rostros amables, de gente buena donde las haya. Yo soy de los que pienso que la decisión de Aznar (que quiere decir el que cuida los asnos) fue un grave error de enormes consecuencias en la propia utilidad de que los españoles jóvenes se conocieran y trataran. Ya sé que es tema polémico. El servicio militar obligatorio lo creó la Revolución Francesa, como el deber personal de cada ciudadano de defender al Estado frente a los ejércitos mercenarios que tanto gustaban a los Borbones como los de España, que contrataban irlandeses, suizos o valones con paga. Unos de estos mercenarios defendieron al obyecto Fernando VII frente a la milicia honrada del pueblo de Madrid, en una de las maniobras de aquel sujeto contra la Constitución.
De todos modos, los que fuimos soldados cuando nos tocó serlo, y eso que vamos quedando pocos, conservamos, con el orgullo de haber servido, el honor de haberlo hecho junto a aquellos formidables chavales de la Galicia profunda.

Te puede interesar