Opinión

En el debate Sánchez-Feijóo quedaron muchas preguntas sin respuestas por ambos

Mucha agua ha corrido desde hace 26 de septiembre de 1960 en que se celebró el primer gran debate electoral de la historia entre Kennedy y Nixon. Las reglas creadas entonces se han conservado esencialmente en cuanto a fórmula y tiempos. Lo abrió Kennedy con una cita histórica: “En la elección de 1860, Abraham Lincoln dicho la pregunta era si esta nación podía existir medio esclava o libre. En la elección de 1960, y con el mundo alrededor nosotros, la pregunta es si el mundo existirá medio esclavo o libre, si el moverá en la dirección de libertad, en la dirección de la carretera que nosotros estamos tomando, o si el moverá en la dirección de esclavitud. Yo pienso el dependerá en medida grande en que nosotros hacemos aquí en los Estados Unidos, en la clase de sociedad que nosotros construimos, en la clase de fuerza que nosotros mantenemos”. La técnica de los debates electorales de este tipo se fue perfeccionado, pero conserva determinados elementos esenciales. Los equipos que los preparan coinciden en lo mismo: Ante todo, hay que insistir en un prontuario de ideas fuerza que, como vimos en el debate Sánchez Feijóo, sea lo que sea que argumente el contrario, se vuelve a insistir en los contenidos positivos propios que se consideren de más potencia. En segundo lugar, hay que recopilar todos los errores o contradicciones del contrario para irlos exponiendo cundo el mismo pueda estar siendo exitoso en la crítica. Lo acabamos de ver.
Esto se hace siempre, antes, durante y después de las campañas electorales. Se rebusca hasta lo increíble. Al PP se le achaca, cuando critica los pactos de Sánchez con Bildu, que también pactó con lo que se considera el brazo político de ETA, si bien no parece que sea lo mismo votar a favor de pavimentar una calle en un ayuntamiento vascongado que formar un Gobierno o medidas de gran alcance, sobre todo cuando todo tiene contraprecio. Es decir, que no se valora la dimensión en sí misma de los acuerdos. Este era, con la supresión del delito de sedición, los indultos y otras cesiones al independentismo catalán uno de los flancos más vulnerables de Sánchez, pero Feijoo, aunque lo pretendió, tampoco dejó claro del todo los perfiles que lo distancia del todo de VOX, de cuestiones que Sánchez le pasó oportuna y reiteradamente en cuestiones de orden social, muy jaleadas estos días. Y en ese sentido, el del contraprecio, a Feijoo le vino de perilla que ERC acabe de decir que, si quiere contar con ellos en lo venidero, subirá el precio. Por ciento que Yolanda Díaz ha metido su cuchara en esta sopa, augurando que propondrá un acuerdo con Cataluña (¿sobre qué?) que puedan votar los catalanes, ergo los ciudadanos con vecindad civil en aquella comunidad.
Se supone que el señor presidente del Gobierno debe conocer que las normas actuales sobre banderas establecen que en los edificios públicos no puede ondear otras que las oficiales. Cuando Sánchez se revolvía por ahí, brotaban los efectos de la ley del “Sí es sí”, cuyas consecuencias, según el actual inquilino de la Moncloa, fue simplemente en error. Y de paso repitió su cantinela que lo que ayer fueron principios inamovibles son ahora necesarios cambios de opinión y no otra cosa.
Hay una evidencia notable en el enfrentamiento entre dos de los cuatro aspirantes a la presidencia del Gobierno que se enfrentaron: Los documentalistas de Feijóo parecieron un poco despistados en determinados asuntos de economía y aspectos sociales donde el ex presidente de la Xunta patinó. Pero por parte del doctor Sánchez se le vio atrincherado, dijera lo que dijera el otro, en los mismos conceptos de lo que estima exitosos resultados en aspectos económicos y sociales. Uno y otro, empero, escaparon a la hora de afrontar las incómodas preguntas de los moderadores (que a mi entender fue lo mejor del debate) y se salieron por la tangente sin responder a lo que estos o el oponente exponían. Feijóo lo hizo en el tema de la llamada “violencia de género o machista” y Sánchez con respecto a sus relaciones con el independentismo vasco o catalán y sus medidas benefactoras para sus vanguardias.
Hubo asuntos que quedaron prendidos con alfileres, en los que no se llegó al fondo, o que ni siquiera se abordaron, como el espinoso asunto de la “Ley de Memoria democrática” o que quedaron en el limbo, como las relaciones con Marruecos y el futuro del Sahara, por parte de Sánchez, apenas rasgados. Es evidente que resulta difícil una valoración objetiva y las que ahora se hacen expresan las impresiones y los sentimientos. Según esa perspectiva los dos ganaron o los dos perdieron. Lo cierto es que Sánchez pareció más tenso y crispado y Feijóo algo más tranquilo. Claro que pudo ahorrarse el teatral numerito del pacto que propuso a Sánchez sobre aceptar la victoria del otro. En un Estado democrático y parlamentario, las mayorías que se forman en el parlamento son igualmente legítimas y ordinarias, nos gusten o no quienes las compongan o los contradictorios elementos que las constituyan. Y eso vale a izquierda y derecha.

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