EL FUTURO DEL HOSPITAL

Povisa: recuerdos entre luces y sombras

El hospital, en las obras de construcción de la primera fase con forma de "V".
photo_camera El hospital, en las obras de construcción de la primera fase con forma de "V".
El centro médico se fundó mediante la unión de varias clínicas privadas familiares, duplicó sus dimensiones en los 80, y llegó a ser la mayor clínica privada de España

A pesar de ser hijo de un médico traumatólogo pionero en de esta especialidad y muy tenido en cuenta entre la comunidad médica -como andando el tiempo tuve la satisfacción de comprobar- mi relación con la Medicina y su ejercicio se limitó a dos cursos de inicio de la carrera en la Facultad de Salamanca que se clausuraron con un estrepitoso fracaso y el ferviente deseo por mi parte de pasarme a otro oficio cualquiera que no estuviese emparentado ni de lejos con la práctica sanitaria a pesar del disgusto de mi padre. Por eso, cuando me ofrecieron ejercer como director de Comunicación del Policlínico Vigo -un centro hospitalario privado en franca expansión que apuntaba a instalarse entre los mayores y más completos del país y que el público en general conocía por su acrónico Povisa- hube de pensármelo y disipar un buen montón de dudas antes de aceptar la oferta. 

Un hospital es un universo poblado por personajes especiales –tanto los que allí trabajan como los pacientes- y, habituado desde el primer momento profesional a trabajar en prensa escrita, nunca había yo ejercido mi actividad del lado de allá, es decir, como jefe de un gabinete de prensa. Y menos aún, como responsable de la estrategia de comunicación de un centro médico tan grande y tan complejo como el vigués, dicho sea para configurar más propiamente el inquietante escenario.
Por otra parte, el centro médico al que yo me incorporaba iniciaba un cambio profundísimo y sumamente ambicioso que no solo se reflejó en sus dimensiones, sino en la cantidad y calidad de los servicios que comenzó a prestar y los especialistas que fueron contratados para ejercer en él, personal masculino y femenino joven y excelentemente preparado que convirtió Povisa en un centro ejemplar a lo largo y ancho de la geografía española.
Povisa se convirtió a principios de los años 80 del pasado siglo en un complejo prácticamente doble de lo que había sido hasta aquel momento. Fundado a finales de los años 60 gracias al entendimiento de varios médicos propietarios de pequeñas clínicas privadas especializadas en ciertas patologías en cuya inicio se significaron especialmente las familias Sas y Troncoso, aquella semilla que fructificó en el desarrollo de una unidad clínica inicial en la calla Salamanca, dio paso a una primera ampliación en forma de V que configuró un hospital de notable tamaño con cerca de 300 camas. El siguiente paso fue convertir esa V mayúscula en una X mayúscula, doblando literalmente el tamaño del recinto y su volumen hospitalario. El Policlínico Vigo de 1983 contaba con 700 camas y estaba entre los más grandes del país, convertido en una referencia ineludible del panorama asistencial español ofreciendo cobertura a toda la comunidad gallega y un notable flujo de pacientes procedentes de otros puntos del mapa nacional, clientes que llegaban atraídos por un servicio del más alto nivel con tecnología muy avanzada para el tiempo y una asistencia que suscitó corrientes muy positivas y opiniones sumamente favorables. Povisa era pues, un hospital famoso. De los privados, probablemente el más famoso.
Fue por ello y en función de las dimensiones que adquiría la clínica y el tráfico de información que generaba, por lo que se decidió la contratación de un profesional del periodismo que ordenara y encauzara este nuevo aspecto del complejo hospitalario, incorporado también a la comunidad científica y necesitado de dar a conocer sus logros en esta materia, en la formativa, y en aspectos sociales que comenzaban a desarrollarse conectando muy profundamente el centro con la ciudad en la que se instalaba y su entorno geográfico. Su director general, el doctor Rafael Alonso Pedreira, que era un especialista en psiquiatría que aparcó el diván para dedicarse a la gestión empresarial hospitalaria, inició una amplia política de actuaciones complementarias a la primera función médica, y alguien pensó en mí para llevar esa tarea  de gabinete informativo a cabo. No fue en verdad fácil pero conté con un aliado extraordinario. Povisa tenía entonces un director médico que no solo era un médico estupendo sino una estupenda persona, y que se convirtió en mi ángel de la guarda en un medio como el sanitario en el que no yo tenía ninguna experiencia, había que caminar con pies de plomo, y al que era necesario conocer, procesar e incluso convencer de la idoneidad de un servicio tan opuesto al ejercicio de la profesión médica como un gabinete de prensa. Malagueño de Ronda, culto, divertido y cariñoso, ese fue Francisco Peralta, médico militar y personalidad notable en aquella clínica de nuevo cuño que nacía de las entrañas de una fundación hecha con esfuerzos personales para convertirse en uno de los argumentos de mayor nivel con que expresar el despegue financiero y empresarial del Vigo de los ochenta, que peleaba a brazo partido con una situación social y económica no especialmente favorable y muy dura de pelar como muy bien podía auscultarse en la calle con manifestaciones casi diarias.
En la dirección de Comunicación de la entidad duré poco y la abandoné, sumamente aliviado por cierto, para incorporarme al proyecto de este periódico mientras Povisa crecía y crecía, probablemente sin el control adecuado, y bajo serio peligro de estamparse. La corporación trasladó varias de sus unidades empresariales a Madrid donde adquirió la clínica Los Nardos, y se preparó para afrontar un periodo de despegue que sospecho acabó como el rosario de la aurora porque, en 1996, el grupo Nosa Terra se hizo cargo del centro y hubo de aplicarse a la remodelación y redimensión del negocio lo cual no debió ser una tarea agradable. Dejé allí la fundación de una revista de circulación interna llamada “Centro Médico” que duró bastante tiempo, una gratificante colección de buenos amigos con los que seguí relacionándome después de dejar el hospital, y un recuerdo agridulce con el convencimiento pleno de que un gabinete de prensa no era lo mío y un hospital es una cosa muy buena, absolutamente admirable y muy complicada, especialmente para los foráneos. Volví a lo mío que era un periódico.

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