Antonio Gala, señor de la palabra, poeta del amor

photo_camera Antonio Gala.

Murió vivo”. Ese era el epitafio que deseaba para su tumba Antonio Gala, y esa breve frase simboliza la intensidad con la que vivió siempre este poeta, dramaturgo, novelista y ensayista, que poseía el don de la palabra y que hizo del amor uno de los temas esenciales de su obra.

“El amor siempre rompe, al llegar tanto como al irse. A sangre y fuego entra; a sangre y fuego sale”, escribía Gala -fallecido ayer a los 92 años- en “Ahora hablaré de mí”, una obra autobiográfica que se sumó al inmenso éxito alcanzado por la gran mayoría de los libros de este escritor al que adoraban los lectores, mujeres en su mayoría, y cuya imagen quedará unida a sus inseparables bastones.

De esa gran popularidad da prueba el que los lectores le llegaran a escribir más de 150 cartas al día, o que cuando murió su “perrillo” (a él le gustaba llamarlo así) Troylo recibiera 27.500 cartas de pésame.

Durante años fue el escritor que más ejemplares vendió en la Feria del Libro de Madrid. Las colas de lectores para conseguir su firma eran interminables.

Nacido en Brazatortas (Ciudad Real) en octubre de 1930, Gala consideraba su patria “chica” a Córdoba, la ciudad en la que vivió de niño, en la que en 1997 creó la Fundación Antonio Gala, dedicada a jóvenes creadores, y en la que ha muerto este domingo, 28 de mayo.

A los 5 años escribió su primer relato y dos años después su primera pieza teatral. A pesar de esa precocidad, se consideraba “escritor de destino, no de vocación” y, como contaba él mismo, no le dejaron otra opción que la de dedicarse a la literatura, por más que lo intentó “con toda clase de licenciaturas y doctorados”.

Su éxito como dramaturgo, con obras como “Los verdes campos del edén” (Premio Nacional Calderón de la Barca), “Anillos para una dama” (Premio Nacional de Literatura y Premio Mayte), “¿Por qué corres, Ulises?” y “Carmen, Carmen”, eclipsó su lado poético, pero fue en la poesía donde debutó Gala con “Enemigo íntimo”, por la que recibió un accésit del Adonais en 1959.

Practicó, también con éxito, la novela y el ensayo, pero le gustaba definirse como poeta. “La poesía sostiene a todos los géneros literarios. Es el alma”, decía.

Su último poemario fue “El poema de Tobías desangelado”, de 2005. Él lo consideraba su testamento literario y en sus páginas latía “el zumo agridulce” de su corazón. Tres años más tarde publicó “Los papeles del agua”, su libro “más feminista”, como lo definió él mismo. Las mujeres, decía, “son los seres más humanos, más completos y generosos del planeta”.

Como novelista tuvo un gran éxito desde que en 1990 publicó “El manuscrito carmesí” (Premio Planeta). Luego vendrían títulos como “La pasión turca”, llevada al cine por Vicente Aranda; “La regla de tres”, “El imposible olvido” y “El pedestal de las estatuas”.

Gala poseía “el arte de la palabra”, y ese fue precisamente el título del congreso internacional que se le dedicó a su obra en 2008. Demostró ese don en su obra y en sus incontables intervenciones: sabía cómo deslumbrar a su auditorio y se declaraba “poseído por el castellano”.

A veces le gustaba hablar de muerte, desamor, soledad, pero también de amor, esperanza y sensibilidad. Muchas de sus obras las tejía “en soledad y silencio porque el amor necesita de las dos cosas”, dijo con ocasión de “El poema de Tobías desangelado”.

El hombre que no solía ocultar su homosexualidad se confesaba “mejor amigo que amante” y aseguraba que las decepciones de la amistad le habían dolido “de una forma insoportable”. Aspiraba a ser feliz, aunque “la felicidad dura menos que un quejío”, burló varias veces a la muerte, pero perdió la batalla del cáncer “de difícil extirpación” que él mismo confesó tener en su columna de El Mundo, “La tronera”, que escribía cada día desde 1992.

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