MARTíN MéNDEZ CAMINO ENFERMERO DE PAPAS Y FUNCIONARIO DE LA FARMACIA DEL VATICANO

“El papa no se escapa del vaticano, aunque le gustaría llevar cosas a los pobres”

El padre Martín Méndez, en su casa de Abavides.
photo_camera El padre Martín Méndez, en su casa de Abavides.

Una llamada telefónica hace cerca de cuarenta años hizo que la vida del padre Martín cambiara de rumbo.

 Este miembro de la Orden de San Juan de Dios, la misma a la que pertenecía el misionero recientemente fallecido por ébola, del que era amigo, Martín Méndez Camino lleva casi cuarenta años en el Vaticano como enfermero de los papas y la curia, labor que alterna también con la farmacia.

¿Cómo llegó a Roma? 
Era el año 1976 y estaba trabajando como enfermero en San Sebastián. Mientras estaba realizando unos análisis sonó el teléfono y el superior de Madrid me dijo que habían pensado en mí para mandarme a Roma y me tenía que incorporar cuanto antes. Y allá sigo.

Se incorpora con Pablo VI en el final de su papado.
Fue el primer papa al que asistí. Ya anciano. Recuerdo que era una persona muy buena. Estuve con él dos años.

Después llegó Juan Pablo I, con un efímero paso por la sede de San Pedro. Mucho se ha escrito sobre su extraña muerte.
Se han escrito y dicho muchas mentiras, pues no hubo tal atentado. Había sido patriarca de Venecia antes de ser elegido y ya sufría del corazón, del que tenía un tratamiento. La tarde antes de morir ya se sentía indispuesto y pidió un té. No hubo tal envenenamiento. Fue un infarto lo que sucedió.

El siguiente en la lista es Juan Pablo II. Un largo papado con un atentado y muchos problemas.
Sí, un largo papado de 27 años, y los problemas comenzaron con el atentado en la Plaza de San Pedro. Allí estaba yo junto con otro hermano polaco de San Juan de Dios. Le dije que al Santo Padre lo atendiera él, sobre todo por lo del idioma, mientras yo me hacía cargo de dos personas que también habían recibido disparos, una  señora americana que recibió el impacto de una bala en un pulmón y la otra recibió una herida en una nalga de menor importancia.

¿Al papa Wojtyla le afectó mucho durante su vida?
Le afectó porque era un hombre muy activo. A los 26 días y estando mejor preguntó por los heridos del atentado, quiso saludarlos y les dio su bendición.

Tuvo una vejez complicada.
Muy delicada, con muchos achaques. El parkinson que aumentaba, después lo operaron de la cadera y quedó mal, por lo que tenía dificultades para caminar. Cuando tuvo que volver a ingresar en el hospital porque se encontraba mal ya se complicó todo. Tenía dificultades para respirar, por lo que tuvieron que hacerle una traqueotomía y después ya no se podía dirigir a los fieles. Muy triste todo.

Y después, el alemán Ratzinger.
Ratzinger es especial. Un gran papa. Inteligente, sabio, maravilloso. Sus discursos son los de un gran teólogo. Procuró hacer lo que hacía su predecesor. Hizo algún viaje, pero superar los más de 90 de Juan Pablo II era imposible. Se encuentra bien. Ancianito pero está bien. Uno de los nuestros le asiste. Por Navidad nos recibió a la comunidad de la farmacia y me saludó afectuosamente: “Oh mi querido hermano Martín, treinta años que nos conocemos”. Yo le asistí y me quería mucho.
Y el último en su lista es Francisco. Un papa que ha ilusionado al mundo.
El papa Francisco ha revolucionado la curia. Digamos para bien. Tomó decisiones controvertidas como la de dejar el palacio apostólico por considerarlo demasiado grande e instalarse en la Casa de Santa Marta, donde se alojan los cardenales cuando el cónclave. Acude cada mañana al palacio para las recepciones oficiales, pero en cuanto termina regresa a pie hasta Santa Marta, donde come, duerme y reza. Es todo humildad. Coches oficiales y suntuosos no quiere, e incluso ha comido con los empleados. Tiene sumo interés en ayudar a los pobres y ordena llevar bocadillos y bebidas calientes a los pobres que están por los alrededores del Vaticano. Incluso durante el año invita a algunos a comer a la mesa del papa y les da dinero.

Su tirón de popularidad es inmenso. ¿Cuál es su atractivo?
Sus audiencias de los miércoles están llenas de gente. Si digo ochenta o noventa mil personas no exagero. Y enfermos vienen en una gran cantidad. Hay veces que se pasa una hora saludándoles. Y los domingos por el Ángelus, igual. Su atractivo está en la bondad y su discurso sobre la pobreza y los obreros. Habla el lenguaje de la calle.

¿Es verdad que se escapa del Vaticano?
No. No se escapa. Aunque le gustaría llevarle cosas a los pobres, reconoce que le resultaría complicado. Lo que sí hace por la tarde es visitar parroquias, saluda a la gente y se mete en el confesionario durante una media hora antes de celebrar la misa.

Decía que ahora ya no atiende directamente al papa. ¿Qué otras funciones hace?
Yo ahora estoy más en la farmacia. La atención directa de enfermero al papa ahora la hacen otros más jóvenes. Como enfermero sigo acudiendo los miércoles a las audiencias para atender a la gente que viene por si lo necesitan y liberar de ello al que está con el papa. 

¿Qué medicamentos son los que más dispensan?
Allí tenemos muchísimos medicamentos que nos vienen de todos los grandes laboratorios del mundo. Vendemos de todo y a todo el que quiera comprar, no solo a los empleados del Vaticano. Los tenemos de última generación que incluso vienen a buscarlos de los hospitales de Italia, sobre todo de últimos auxilios de tumorales. Hay algunos que tienen gran demanda como un antihemorroidal llamado Akamolind, muy eficaz, que en un altísimo número de casos evita la cirugía, o contra el alzhéimer. Por la oficina de farmacia pasan alrededor de dos mil personas al día y en ella estamos unas cincuenta personas.

¿Le reporta grandes beneficios la farmacia al Vaticano?
Pues sí, ayuda mucho. Porque el Vaticano no tiene fábricas y tiene que ayudarse con los museos, la filatelia u otras actividades para poder pagar a sus empleados.

Entre la colonia gallega destaca el  padre Carballo. ¿Tiene tanto poder como dicen? 
Si, claro, tiene una gran responsabilidad. Es secretario general de la Congregación de Religiosos. Un puesto de confianza para el que le nombró el papa, pues es un trabajo muy delicado. n

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