impunidad, no

Estamos ante un Gobierno excesivamente laxo o rígido (según se trate) al que últimamente sólo parece ocurrírsele medidas represivas, entre ellas una ley de seguridad ciudadana contra una ciudadanía que sólo pide un mejor reparto de la riqueza.
Unos políticos que parecen sentir sólo desprecio por esa ciudadanía, a la que tratan de convencer de que todo lo que ellos hacen (desde los recortes, a las privatizaciones, o la reforma laboral) es sólo por su bien (esto se llama comulgar con ruedas de molino). A los malversadores, los evasores fiscales, los gestores inútiles, los defraudadores al fisco, se les perdonan sus múltiples tropelías y se les compensa con otros cargos opiparamente remunerados. Unos fiscales anticorrupción oficiando de abogados, y una justicia lenta, hacen el milagro. A los parados (han de reconocerlo) que son unos vagos, hay que bajarles el subsidio como incentivo para que busque un trabajo cuánto antes (y si es posible que se dejen explotar). A ese anciano q!

ue no acaba de morirse, que no pierda la esperanza, ya le retiramos del vicio de las medicinas (copago). En definitiva somos unos pringados y unos maleantes (¡que se jodan!, dice la otra) y estamos teniendo al fin y al cabo lo que nos merecemos por haber llevado a este país a la ruina (la coacción, como la sumisión de la víctima a su verdugo, no es nueva). Encima ahora, cada día son más los jóvenes españoles (la generación mejor preparada de la historia) que se van al extranjero buscando lo que su país les niega. Es esa emigración que la ministra de -des- empleo, Fátima Báñez (la ministra de Trabajo que nunca ha trabajado) calificó en su día como movilidad exterior. Sensación de asco, es la palabra que mejor puede describir en estos momentos lo que uno siente. Y ello sin hablar de las últimas revelaciones de corrupción que, como la Pokemón acaba de salpicar de lleno al Concello coruñés. Nadie dimite.

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