Opinión

La telaraña

Tejer una telaraña requiere de un considerable esfuerzo por parte del arácnido, además de una técnica muy depurada, según sea la estructura de la trampa. La elemental, plana y en círculo o espiral sobre radios, pasa por ser la más conocida y ejemplar a la hora de escribir novelas negras o diseñar planes industriales o políticos, como estamos viendo en este convulso primer cuarto de la nueva centuria, tan similar a la misma época del siglo XX.
El arácnido de entonces fue menos sibilino que los actuales. Lanzó los hilos con soberbia, sin temor a ser descubierta su prepotencia. Nuestros antepasados venían de ver fracasar las revoluciones y los movimientos políticos anteriores. La revolución francesa o las revoluciones rusas acabaron en ríos de sangre para dejar paso a imperios de opereta y dictaduras de falso proletariado. O la Gloriosa de España de 1868, convertida en un quita y pon de intereses tradicionales, imposibles de resolver con la torpe Primera República. Con tales precedentes y los descontentos sembrados concienzudamente, las arañas fascistas, Hitler, Mussolini, Franco, Oliveira Salazar…, casi consiguen dominar Europa. Tras la derrota se conformaron con mantener bajo las botas de las dictaduras a España y Portugal, sus “reservas espirituales de occidente”.
Desde la mitad del siglo XX confiamos a la unidad de Europa, y a la implantación de las democracias, inocular la vacuna útil contra el veneno del arácnido. Pero no. En dos décadas sus hilos de seda se han mostrado como de acero en Polonia, Hungría, Eslovenia, Italia, Austria, Países Bajos o Finlandia. Y solo se ha establecido el llamado “cordón sanitario” en Francia, Bélgica y Alemania, donde el arácnido también continúa tejiendo y creciendo. La extrema derecha o el fascismo, etiquétenlo como gusten, está muy vivo. La araña acecha en el escondite de una internacional poderosa. Quizás la misma savia que sostiene a Putin o estuvo al filo de dar un golpe de Estado en EE.UU. auspiciado por un Trump derrotado en el caldo de su soberbia.
La telaraña española sorprendió a propios y extraños. Costó entender su aparición en pleno gobierno de Rajoy, en una reacción contra “la derechita cobarde”, de la que sus fundadores procedían. No fue una casualidad, los huevos estaban en el partido conservador, internamente dividido y caminando a pasos agigantados hacia el precipicio de la derrota. La eclosión del bicho coincidió con la ebullición internacional de los partidos de extrema derecha y nadie conoce la verdad absoluta sobre la financiación de VOX y sus apoyos internacionales. Al principio fueron tildados de simples nostálgicos del franquismo, capaces de recolectar militares, policías y hasta jueces descontentos con el sistema democrático y la ampliación de las libertades sociales. Simples protagonistas de una película en blanco y negro narrada con la voz del NO-DO.
Pero no. Están triunfando desde la simbólica cabalgada de Andalucía, imponiendo su sello en ayuntamientos, propiciando gobiernos autonómicos de un PP, que los teme y niega como socios, hasta sentarse en la presidencia de las Cortes de Castilla y León, además de controlar al gobierno de Mañueco. La telaraña con la que tendrá que lidiar Feijóo parece perfecta y resistente. Lo tiene difícil para no resultar atrapado. Porque además se le adjudica la responsabilidad histórica de cortar el paso a un partido totalitario. Uno de esos que, cuando llegan, jamás abandonan el poder empujados por los votos contrarios. 

Te puede interesar