Opinión

Hagan política, por favor

Tras ser nombrado Gobernador Civil, cuentan que Franco le dio dos consejos a Adolfo Suárez. Uno, “don Adolfo, usted es joven y tendrá necesidades de expansión, siempre que lo haga ponga el nido en la provincia vecina, nunca en la suya”. Y dos, “por su bien no se meta en política”. Probablemente esta leyenda urbana sea inexacta o, incluso, incierta. Sin embargo la traigo a colación porque es una definición precisa de la forma de entender el ejercicio de la vida pública por un determinado sector de la ciudadanía española. Por un lado el uso y abuso de la hipocresía y, por supuesto, tratando de que la mano izquierda no sepa la corrupción que mueve la derecha. Y por otro lado, la puesta en práctica de confundir el ejercicio de la política con un oficio despreciable.

No sé si sucede en otras lenguas, pero en las españolas la perversión de las palabras relacionadas con el ejercicio de la política son materia para realizar un estudio científico serio, más allá de lo puramente lingüístico. Un trabajo en el que, además del uso y abuso de los conceptos, se analizara el porqué de los desvaríos y desvíos, sus razones ideológicas y las consecuencias sociológicas del poder de la palabra. El campo es tan amplio que las resoluciones podrían acabar siendo el mejor espejo de la desnortada vida pública que estamos viviendo desde hace casi tres décadas.

Para empezar, no deja de ser significativo el que a quienes se dedican a la política se les considere “clase”, como en el antiguo régimen se denominaba a la denostada nobleza. Esta etiqueta no pretende ensalzar un ejercicio por lo general temporal, al contrario, denigra a quienes se emplean para dirigir los destinos colectivos. Hablar de la clase política se ha convertido en una etiqueta negra, propicia a todo tipo de sospechas. Un giro que aparta a mucha gente válida y preparada, tanto de las listas electorales como de los cargos de libre designación. Esto esa, no se meta usted en política, señor Suárez.

En esta línea tenemos ejemplos para llenar un campo de fútbol. Pero vayamos a la más generalista. En poco tiempo se ha conseguido la aceptación y convivencia con una perversión conceptual capaz de generar desafección hacia los políticos y la política que, incluso, genera más abstención entre los votantes, que el peor de los desgobiernos posibles. Impasibles escuchamos el discurso de quienes consideran un mal “politizar” una gestión pública. ¿Acaso no es hacer política legislar y gobernar? ¿No es ejecutar una política distribuir los presupuestos, llegar a acuerdos, conceder subvenciones…? 

La perversión ha consistido en convertir el “hacer partidismo” en “politizar un asunto” que en sí es “hacer política”. La derecha ha venido manejando esta confusión dialéctica, pero también ideológica, con verdadera maestría, hasta el extremo de ser aceptada y usada tanto por la izquierda como por los nacionalismos y similares. Está impuesto que politizar un trabajo político es una perversión. Para atenuarlo deberíamos inventar una palabra similar a “partidizar”, así quizás clarificaríamos el concepto de una acción ideologizada. Y no escucharíamos a Yolanda Díaz –es un simple ejemplo reciente- decir en Cataluña que ella no estaba allí “para hacer política” sino para “defender los intereses de los trabajadores” (sic), en relación con la reforma laboral. Hagamos política conceptualmente correcta, por favor.

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