Opinión

¡Fuera, ya!

Ni el Gobierno, ni el mundo del fútbol, ni la sociedad deben consentir que un personaje de la catadura moral de Luis Rubiales, siga ni una semana más al frente de la Federación Española de Fútbol.

Conscientes de que el escándalo es de una magnitud letal, incluso a nivel internacional, el Gobierno se ha puesto en marcha, ahora sí, para echarle a la calle como muy tarde la semana que viene. Moncloa ha mirado para otro lado estos últimos años ante los escándalos que rodeaban la gestión y los gastos privados, con dinero público, del dirigente deportivo. Entre otros la Supercopa Files, sus negocios con el futbolista Piqué, las grabaciones a ministros e incluso las sospechas sobre quien pagó un viaje privado a Nueva York con una amiga o el uso de fondos de la Federación para pagar un piso de lujo.

Rubiales era muy consciente del complicado mecanismo que se debe utilizar para cesarle. Por eso tejió, dentro de la Federación, una red clientelar que le ha procurado apoyos incondicionales. Prueba de ello es que en la asamblea celebrada el viernes no se atrevieron a cesarle pese a que, con su chulería habitual, se negó a dimitir.

El Consejo Superior de Deportes, dependiente del Gobierno, ha decidido denunciarle ante el Tribunal Administrativo del Deporte por abuso de autoridad y atentar contra el decoro deportivo. Ambas infracciones son consideradas muy graves y llevarían a la suspensión cautelar y provisional de su cargo. Es decir, a echarle a la calle, que es su sitio.
Pero al margen de la celeridad de las medidas, del tiempo perdido manteniendo a un rufián al frente de la RFEF tantos años, el daño a la imagen del fútbol español, femenino y masculino, está hecho. La imagen de un presidente, en el palco, en la final de un campeonato femenino agarrándose ostensiblemente los genitales demuestra que está incapacitado para representar a un país de la Unión Europea en ningún foro.

Con el gesto era como pretender reivindicar que las "chicas" se habían convertido en campeonas del mundo gracias a sus testículos. Y, por tanto, no es de extrañar que considerara absolutamente normal que la jugadora le diera un "piquito" como agradecimiento a su apoyo testicular.

Al margen de su agresión machista, Rubiales no ha hecho más que demostrar, desde ese mismo momento, su convicción de que era intocable. Sus explicaciones sobre lo ocurrido ese día atenta contra la inteligencia de la ciudadanía, superan cualquier nivel de grosería y ordinariez, y contribuyen a poner en evidencia la necesidad imperiosa de que se le aparte del cargo público que ostenta.

Otra cosa es que, tras los escándalos de su antecesor Ángel María Villar y lo ocurrido ahora se proceda a modificar los estatutos de la RFEF para que no se convierta en el palco de impresentables a los que nadie pueda echar. Porque Villar, tras veintinueve años en la poltrona acabó detenido por la Guardia Civil, acusado de un delito de terrorismo y en prisión preventiva.

El esfuerzo titánico y brillante de la selección española de fútbol femenino no se merece un trato como el recibido con las degradantes escenas del final del campeonato. Es triste pero puede que el escándalo permanezca en la memoria más que el propio triunfo deportivo.

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