Opinión

A los niños no, por favor

La religión es un sentimiento que, no solo nada tiene que ver con la ciencia, sino que suele ver en ella una incómoda compañera de viaje que sistemáticamente le ha ido restando argumentos a lo largo de los siglos, y a quien poco a poco, pero inexorablemente, según se van desmontando sus ingenuas excentricidades, ha tenido que ir cediendo terreno. 
El problema surge cuando de un sentimiento se pasa a pontificaciones sobre hipótesis de elucubraciones en materias de las que nada sabemos, de ahí que tan pronto la ciencia va desmontando “verdades incuestionables”, que solo lo son en la mente de quienes quieren convencerse de ello, la reacciones suelen ser inicialmente viscerales, habiendo incluso quemado vivas o lapidado a personas, que bien ponían en duda “verdades” infumables, o aportaban conocimientos reales sobre asuntos “intocables” de origen puramente fantasioso, o simplemente escogían vivir en libertad (el catolicismo ha dado sobradas pruebas de ello y hoy el islamismo radical hace lo propio, ante la indignación de quienes siglos atrás superaban lo ininaginable).
La irrupción en el panorama internacional de Charles Darwin, con el descubrimiento de la evolución de las especies, que tumbaba de golpe el creacionismo intransigente del que había vivido la Iglesia a lo largo de los  siglos, fue un mazazo que aun buena parte de lo mas casposo de la institución se niega irracionalmente a admitir, defendiendo un creacionismo ajeno a cualquier visión científica sobre el particular.
Posteriormente, la astrofísica acabó por enterrar el creacionismo en bien de la racionalidad, de la ciencia, de la verdad y de la libertad, profundizando conocimientos en la materia que hoy nadie medianamente formado pondría en duda.
La religión, no obstante, como maestra de la supervivencia mas camaleónica, a regañadientes y sin mas alternativa, ha ido, muy poco a poco, a costa del riesgo de la perdida de demasiada clientela, reconociendo torpemente los avances de la ciencia. Hace ahora cerca de 20 años, Juan Pablo II reconocía que el evolucionismo (aceptado ya entonces unánimemente por la comunidad científica) era ya más que una mera hipótesis. Posteriormente el Papa polaco admitía que la fe cristiana no tenía dificultad en asumir el evolucionismo, pero siempre que se admitiera una acción de Dios, que determinaba el paso de animal a persona, mediante la introducción del alma humana (un concepto poco claro), sin concretar el momento “fundamental” en que, según su criterio, eso se había producido. Ahora el Papa Paco nos dice que también existe otra acción de Dios, la creación del universo, de manera que él creó a los seres y les dejó que se desarrollasen de acuerdo a las leyes internas que les dio a cada uno para que evolucionasen (eso es nuevo, ¿cómo lo sabe?). O sea, que en menos de 20 años, hemos pasado del mas pintoresco e intransigente creacionismo, a base de un Adán modelado con barro y una Eva hecha de una costilla, a admitir la evolución del pobre Darwin, al que en otros tiempos se lo hubieran comido a la parrilla, vuelta y vuelta. La cuadratura del circulo, rematada con una estocada increíble del “revolucionario” Francisco: “uno imagina un Dios mago, que con una varita mágica ha creado todo, pero no es así”. ¡Hala! El Génesis a tomar por la retaguardia. Pero, ¿no habíamos quedado en lo del barro y la costilla como origen de todo?, ¿no habéis transmitido durante 20 siglos, y lo seguís haciendo, a pobres niños que se merecen más el conocimiento que la fantasía, lo del barro y la costilla?.
Mira, Papa Francisco, ese pasito que acabáis de dar, se supone que para no alarmar demasiado al rebaño, o es el inicio de muchos más que vais a tener que dar, o es que de esto de la evolución no os habéis enterado de casi nada, pues eso de que Dios es el origen del Big Bang, y que además creó a los seres, cada uno con su propia ley evolutiva, etc., no casa para nada, ni con lo sostenido hasta ahora, ni con la evolución que ahora decís reconocer, pues desde la gran explosión, que para nada se pretende que fuese el principio de nada, sino el punto último de conocimiento al que de momento hemos llegado, aunque ya se supone que el big bang puede ser la involución de un proceso cíclico, hasta la aparición de las primeras células vivas, pasaron millones de años, aunque acostumbrados durante tantos siglos a lo del barro y la costilla, Adán y su prole, que según vuestras propias fuentes ocurrió hace ahora unos 7.000 años, unos millones de años mas o menos (14.000 desde el big bang), tampoco es tanta diferencia, ¿no?.
Está bien, en vuestro atrincheramiento, el ir dando pasos en la larga y torpe historia de las rectificaciones, pero de una vez por todas, a los niños no, a los niños dejad de atemorizarlos contándoles fantasías trascendentes de obligadas creencias, los niños son nuestro futuro, un futuro abierto a la esperanza en un mundo libre, en un mundo mejor, donde las ideas del individuo devengan en un proceso mental propio a través de la información veraz, del conocimiento científico y de la verdad. El niño no necesita creer teorías extravagantes sobre lo desconocido, so pena de condenarse al fuego eterno en el infierno (¿también eso lo habéis cambiado?), sino partiendo de tal desconocimiento, utilizar lo que la ciencia pone a su alcance, razonar sin ataduras ni imposiciones, abrirse a descubrir el mundo, a evolucionar, a adquirir nuevos conocimientos y abrir nuevas vías, en el uso del mayor atributo del ser humano, la libertad, y si al final de sus días, como le ha ocurrido a todos nuestros ancestros, sigue sin saber nada de un supuesto mas allá, si no existe, no pasa nada, y si existe, y es justo, tampoco. 

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