Opinión

Sequía histórica

Leía ayer en los periódicos que se cumplen diez años de la muerte de Adolfo Suárez y que no hay previsto acto alguno ni referencia oficial de ninguna clase para recordar una figura que por su dimensión y su aportación excelente al avance político y social del país debería ser recordada. Leo también que ni siquiera la familia del desaparecido presidente está en disposición de desarrollar una actividad que lo recuerde, porque las relaciones entre los descendientes  lejos de inspirar serenidad y bonanza discurren por caminos totalmente opuestos. Los hijos de Suárez  apenas tienen relación unos con otros y cuando la hay no es precisamente para exhibir cariño y templanza.

Es una pena que un personaje de la talla de Adolfo Suárez no suscite diez años después de su fallecimiento la más mínima emoción ni genere  el apoyo generalizado que merece. Controvertido por su condición de hijo del anterior régimen y tenido en algunos foros de opinión como una especie de truhan o de tahúr del Misisipi  -así lo señaló Alfonso Guerra y su señal tuvo un rotundo éxito- con la ética justa para seguir resistiendo cuando el panorama se le oscureció casi de repente,  tengo para mí que, comparado con los comportamientos actuales, los apaños a los que hubo de acudir Suárez no superarían a los de escolares en un recreo. Suárez fue un monje benedictino que apeló a ciertas añagazas que tenían más de toreo de salón que enjundia y malicia, y que en ninguna de sus facetas buscaba, como ocurre ahora el beneficio personal, seguramente lo que distingue  el expediente del líder de UCD de  las actividades que en estos delicados momentos se exponen y expresan en un foro tan degradado y sometido a un trato tan ignominioso como el Congreso de los Diputados.

Con frecuencia  me pregunto cuál es el motivo  por el que los españoles somos tan insensibles al conocimiento y defensa de nuestro patrimonio histórico, y este despego culposo en torno a la figura de Suárez es uno de sus múltiples ejemplos. Tengo mis sospechas sobre el particular aunque ni creo que exista base científica  ni auténtica razón de peso para  determinarlo. El caso es que el proceso histórico no deja de ser para los españoles una asignatura pendiente. Recordar a Suárez me parece de obligado cumplimiento. Pero debo ser de los pocos.

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