Opinión

El sentimiento de la calle

Isabel Ayuso ha rescatado a un socialista moderado y perseguido, veterano de los primeros tiempos de la recuperada democracia como Joaquín Leguina, para incorporarlo al Consejo de Cuentas de la comunidad que preside. El cántabro, fue su primer presidente y gobernó en Madrid desde 1983 en que se oficializó el estatuto de autonomía de la capital hasta que en 1991 le sucedió Alberto Ruiz Gallardón. Leguina, economista especializado en demografía y activo militante del Frente de Liberación Popular -el entrañable Felipe de insustituible presencia en el ámbito universitario cuando moría el franquismo- lleva tiempo estremecido por lo que está ocurriendo con las siglas que contribuyó a rescatar y llenarlas de contenido, formando piña con aquella generación que siguió a González y reconstruyó el PSOE que Zapatero primero y Sánchez más tarde han ido convirtiendo paulatinamente en una caricatura perversa de sí mismo.
Leguina tiene hoy 82 años y casi todo se le da ya una higa aunque no pare de posicionarse en su sentimiento hondamente crítico perfumado de ironía y listo para pulverizar con sus juicios todo aquello que le parece inadmisible que es casi todo. No se guarda de Puigdemont una opinión perfumada de desprecio que lo tacha de indocumentado y paleto, y decidió poner fronteras en su relación con el partido como ha resuelto hacer la mayoría de jóvenes airados que llenaron de esperanza la carcasa vacía cuando lo de Suresnes. El resultado no se hizo esperar, y en 2022 por medio de un burofax, el nuevo socialismo lo expulsó del partido. Desde entonces, libre de ataduras y lealtades, campa por sí mismo enarbolando la vieja enseña ideológica de Churchill, “yo no he cambiado. Quien ha cambiando ha sido mi partido”.
Que Leguina se incorpore al Consejo de Cuentas de la comunidad de Madrid -que no deja de ser una canonjía justa recompensa a sus últimos años de desvelos- me parece muy requetebién, no solo por mi percepción personal sobre el personaje, sino porque es señal de que se puede convivir en este país sin algaradas ni extremismos. Y eso forma parte de la teoría de la reconciliación que Zapatero se empeñó en volar de la noche a la mañana y que a Sánchez le resulta prácticamente desconocida.
 

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