Opinión

El saber y el deber de viajar

Creo que fue Unamuno quien escribió sobre las bondades de conocer mundo. No fue el catedrático vasco un hombre muy viajero, todo hay que decirlo, pero sugirió en sus reflexiones que la mejor manera de abrir mente y espíritu -y muy especialmente para colectivos más empeñados en refugiarse en su ámbito- era darse una vuelta por el mundo y aprender cómo afrontaban la vida las personas de otras latitudes.

Es con toda seguridad, una solución mágica a los problemas de introspección que se derivan del cerril localismo detectado en muchos ámbitos. Don Miguel no visitó latitudes muy exóticas pero sí tuvo posibilidades de asomarse al exterior y siendo aún estudiante en Madrid, no perdió la ocasión de desplazarse a Italia y Suiza para acabar su periplo en París visitando la Exposición Universal donde se inauguró la Torre Eiffel. Fueron seguramente, salvo alguna salida a tardía a Portugal, las únicas ocasiones en las que exista reseña del temperamento viajero de un hombre profundo y enigmático, pero le otorgaron inspiración para proclamar las inmensas ventajas de salir a tomar el aire fuera de nuestras fronteras, enfrentarse con otros hábitos, otras sociedades, otros pensamientos y otras maneras de afrontar la existencia.

Suscribo enteramente las palabras de aquel señor de Bilbao que acabó siendo una de las figuras más trascendentales del pensamiento nacional desde su atalaya de Salamanca, porque yo vengo de asomarme al exterior y como me ocurre siempre que viajo fuera de las fronteras nacionales, vengo iluminado por la razón poderosa de la utilidad del viaje y la sensación de haber aprendido en tres días mucho más de lo que pasa y lo que afecta a la gente de lo que se puede lograr estudiando una carrera o leyendo sin parar libros de Geografía humana. Otro personaje notable del siglo XIX, presidente del Gobierno y político empeñado en el progreso y la irrenunciable búsqueda de la libertad individual y colectiva, como fue Práxedes Mateo Sagasta, dijo en una ocasión que la mayor parte de lo que sabía lo había aprendido en la universidad de la vida y eso que él era ingeniero de Caminos, una carrera que ni ayer ni hoy ni mañana aprueba cualquiera.

Viajar es hermoso y hacerlo con humildad y ganas de aprender y saber es más hermoso todavía. Vuelvo con ganas de volver. ¡Ah, Italia!  

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