Opinión

Problema de dimensiones

La percepción que nos inspira a muchos, este tiempo de primeros del nuevo milenio es que todo se ha salido de madre. Todo es excesivo, todo sobredimensionado, todo es destemplanza, e impostura calculada. Todo desborda límites naturales, nada ocupa su posición habitual ni dispone del espacio para lo que fue creado. Lo que se lleva, lo que mola es sacarlo todo de quicio. Y esto ocurre desde el sexo a la literatura, de la cocina al espectáculo, del deporte al arte cinematográfico, de la posición personal al debate parlamentario. No hay punto medio, no hay acomodo, no hay lugares comunes ni zonas de encuentro. Y así nos estamos destruyendo, vulgarizando y desprestigiando, si bien tengo la esperanza de que este tenebroso pensamiento que me asalta sea personal y a lo mejor nadie me lo compra. Si así fuera, menos mal, porque indica que no todos comparten esta versión cada vez más pesimista que me acompaña y me sugiere drama, mucho drama. 
La sensación se acrecienta cuando un ciudadano viejo y suficientemente vivido como yo mismo vuelve los ojos hacia el diálogo parlamentario. Es cierto que el debate en ambas Cámaras ha atravesado desde tiempos pretéritos  momentos muy broncos, y el devenir histórico nos recuerda con cierta frecuencia pasajes de metodología irrespetuosa e incluso crueldad verbal. Pero algo me dice que nunca como hasta ahora esa dialéctica ha descendido a niveles tan infames y se ha revolcado con tan lamentable insistencia en el barro. Un diálogo parlamentario que ni siquiera se refugia en la ironía o el humor para dotarlo de un plus de calidad. El de ahora  es una pelea de bar de borrachos a las tantas de la mañana cuando los litigantes se acuerdan de sus madres entre regüeldos de aguardiente hasta que sale a pasear la charrasca.
La cultura parlamentaria se hunde irremisiblemente como preludio de un final mucho peor extensivo a otros órdenes si no hay quien lo remedie. Les toca a los políticos, que se den un respiro para pensar que todas las palabras que salen de sus bocas quedan para la Historia y que las generaciones futuras las recibirán para aprovecharlas y para juzgarlas. Mientras no sean conscientes de su propia trascendencia no tendrán capacidad para respetarse. Ni a sí mismos ni a los demás. Se tienen en muy poca consideración al parecer. Y esa es la clave.

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