Opinión

La mentira como arte

La estampa de un presidente de Gobierno de un país irreprochablemente democrático, entrando en el Congreso de las Diputados protegido por cientos de policías movilizados para evitarle sofocos, aislado por barreras de toda condición y naturaleza del pueblo que lo vota, desplazándose fuertemente escoltado moviéndose en un ambiente urbano cosido a cortes de tráfico, prohibiciones, cambios de sentido y medidas extremas de seguridad, avanza el escenario futuro en el que este aspirante a la presidencia va a revalidar su cargo. El Congreso es hoy otro diferente al que ha sido hasta la fecha desde que el país recuperó la dignidad perdida y se propuso emprender un camino supuestamente sin retorno, en pos de la libertad, la convivencia, el respeto, la ley y la razón. Y es otro porque ese aspirante a la presidencia ha mentido una y mil veces y ha explicado un programa de actuaciones que no concuerda el día después de su comparecencia en las urnas con el del día antes. Ha engañado a miles de españoles que no calculaba que su voto iba a servir para lo que ha servido. ¿Para qué?, Alberto Núñez, destinado a partir de este momento a encarnar la jefatura de la oposición, lo ha explicado con extrema nitidez. He visto al aspirante Sánchez en el estrado y he comprobado con tristeza, que ha vuelto a mentir en cuanta ocasión le ha sido posible. Pero la mentira por excelencia, la declaración solemne de vileza que ha caracterizado a este presidente que aspira a sucederse a sí mismo, es aquella que expresa su condición de aspiración legítima en función del número de votos cosechados. No es cierto el argumento, porque Sánchez antes de acudir a las urnas explicó a la sociedad española un plan de actuación radicalmente distinto al que ahora emplea para buscar su reelección. En los tiempos anteriores a la convocatoria electoral, él y su equipo de colaboradores afirmaron que jamás aplicarían una ley de amnistía. Lo dijo él y lo corroboraron en repetidas ocasiones incluso con gesto ceñudo, Marlaska, Montero, Iceta, Bolaños, Robles y todos los que formaban y siguen formando su cinturón de hierro. Y sin embargo hoy, una vez obtenido un regular respaldo electoral que le dio para perder las elecciones pero le permite acudir a la investidura, ha aplicado un ideario diferente. Si Sánchez hubiera utilizado el mismo argumento antes y después, a lo mejor no hubiera variado su cosecha de votos. Pero a lo mejor sí. Y entonces, no estaría donde está ahora. Ni el país tampoco.

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