Opinión

Mayonesa contra bomberos

Es cierto que todo ha evolucionado y no es posible mantener las cosas a nuestro gusto –el de las viejas promociones naturalmente- para que muchos podamos vivir en una relativa paz. Hoy los tiempos adelantan que es una barbaridad y ayer me contaba un grupo de chavales en puertas de iniciar sus estudios universitarios que el ayuntamiento de Málaga ya está estudiando la posibilidad de incorporar a su flota de transporte público unidades que circulen sin conductor. No hay vallas que circunscriban el campo y no se puede ni se debe embridar el progreso.

El fútbol es, se quiera o no, un modelo social y en él se reflejan antes que en otros muchos depósitos de costumbres, las manifestaciones más punteras del cambio. En muchas facetas esas manifestaciones son naturales y mejoran el espectáculo, su expansión, su financiación y su desarrollo intelectual, laboral y técnico. Hay, sin embargo, otros aspectos de este universal fenómeno que no muestran su mejor cara. Hace unos días, las selección nacional volvió a un terreno de juego coincidiendo con el trajín masivo de agentes de una unidad de élite de la Guardia Civil actuando en las dependencias de la Real Federación Española a la busca y captura de documentación comprometedora que afecte  al ex presidente de la entidad, ausente en el día de la fecha pues desarrolla ahora su actividad profesional nada menos que en República Dominicana.

El partido fue malo y la selección no solo no jugó nada bien sino que perdió. Pero no solo sorprendió y dolió el resultado, sino comprobar cómo cuestiones económicas y financieras no tienen el más mínimo reparo en saltarse,  en función de los réditos a obtener, principios que deberían ser innegociables y que  no se podrían ni tocar. En el partido, la selección vistió un horroroso uniforme de color mayonesa cortada ante la selección de Colombia, que saltó al campo completamente ataviada de negro con adornos en las prendas propios de la ropa de faena reflectante de un bombero. La vestimenta de ambos combinados era tan ridícula y tan opuesta a sus tonos tradicionales que esta payasada solo puede explicarse –que no disculparse- en atención a las exigencias de patrocinios comerciales. Estamos, creo yo, superando los más abyectos límites de honor y vergüenza.  Ya nada está a salvo. Ni siquiera los colores de la selección nacional.

Te puede interesar