Opinión

Con Godoy en el recuerdo

Los gobernantes que confunden el servicio a los administrados con su propio interés personal, se vuelven muy frágileds al estado de soledad que suele suceder tras el compartido error de perder el contacto con la gente corriente. Se trata de un comportamiento muy común entre los mandatarios, cuya trayectoria se angosta cada día si no se tiene buen cuidado de conservar la cabeza sobre los hombros y extremar la sensibilidad, la comprensión y la prudencia. Y conduce al paroxismo que acomete a los que evolucionan, en su condición de administradores de los bienes públicos, hacia esas posiciones extremas que caracterizan el ejercicio del poder  omnímodo. Todos terminan mal.
Miles y miles de personas congregadas en calles y plazas de pueblos y ciudades del país  expresando su total desacuerdo con la concesión de un decreto de amnistía aplicado por un Gobierno en funciones derrotado en su convocatoria electoral, no parece el arrebato propio de una banda de sanguinarios fascistas como ese gobierno quiere hacer creer, sino la expresión del desacuerdo multitudinario fruto de un proceso delirante, salpicado de contradicciones y ensuciado por un inaceptable rosario de mentiras. Esas miles y miles de personas expresando en la calle su completa oposición a una medida adoptada por sus gobernantes es, por tanto, no solo un ejercicio legítimo y pleno de significado que aúna en la protesta diversas tendencias ideológicas unidas por el vínculo común de la indignación absoluta, sino y sobre todo, una sonora advertencia a los que mandan, cuyos destinatarios están haciendo muy mal en despreciar y desoír. 
Mi pasión por los hechos históricos me ha conducido a una nueva lectura sobre la vida y milagros de un personaje que sintetiza en sí mismo las venturas y desventuras de congregar en su mano las potestades de un poder absoluto. El personaje es Manuel Godoy, probablemente una de las figuras no pertenecientes a la realeza que atesoró en sí mismo más poderes, títulos, responsabilidades y capacidad de mando y decisión en toda la trayectoria del país. Tras ser el dueño de España y el más adorado, loado, deseado,  glorificado y temido de sus habitantes, acabó escondiéndose de la turba en un almacén de alfombras lugar en el que fue localizado, apaleado, prendido y luego desheredado y condenado al exilio. Ahí lo dejo…

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