Opinión

¿Y si dejamos de hacer el canelo?

El mundo está mejor que nunca. Parece difícil de creer si uno atiende a los titulares de los diarios o ve con asiduidad las noticias televisivas. Sin embargo, la realidad es que vivimos más tiempo, vivimos mejor, tenemos más salud, trabajamos menos horas, tenemos mejor acceso sanidad, educación y a buena alimentación que en ningún otro momento de la historia. Cuando uno ve los datos a nivel mundial, se da cuenta que la mortalidad infantil, las hambrunas o la esperanza de vida están en los mejores niveles de la historia.
¿Significa esto que el mundo está bien? En absoluto, todavía quedan muchísimas cosas por mejorar, pero conviene tener claro que cualquier tiempo pasado fue siempre peor. En palabras del propio Barak Obama: “Si tuvieras que elegir cualquier momento de la historia para nacer, deberías elegir éste. El mundo nunca ha sido más sano, rico o mejor educado o, en muchos modos, más tolerante y menos violento”. Sin embargo, todavía hay 700 millones de personas que no tienen acceso a electricidad y casi 2.500 millones que viven con menos de cinco dólares al día. En el mundo hace falta arreglar muchas cosas, hay mucho por hacer, pero igual deberíamos dedicar un tiempo a pensar en lo que no hay que hacer.
Éste es un artículo contra la Agenda 2030 y contra los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) con los que la ONU y los diferentes gobiernos del mundo nos quieren hacer comulgar a toda costa. Y no son ruedas de molino, son algo mucho peor. Cuando expreso esta opinión en voz alta, muchas personas me miran atónitas y alguna de ellas incluso pregunta: “¿es que no quieres acabar con la pobreza en el mundo? ” Yo sí, los que no parecen querer terminar con ella son nuestros líderes, esos que nos quieren meter los ODS en vena. Y lo más preocupante de todo es que los ciudadanos de verdad crean que la única forma de solucionar los problemas del mundo sea a través de las ocurrencias de un grupo de burócratas que disparan siempre con pólvora del rey.
La realidad es que los ODS no funcionan. No funcionan porque prometen todo a todo el mundo. Y cuando haces eso, no puedes cumplir casi ninguna de las promesas. Se trata de 17 objetivos que engloban 169 metas de temáticas tan diversas como “lograr el empleo pleno y productivo y el trabajo digno para todas las mujeres y los hombres, incluidos los jóvenes y las personas con discapacidad ”. No me dirán que la redacción no les quedó bonita. Ahora, ya me explicarán ustedes cómo vamos a conseguir el pleno empleo en el mundo para 2030 cuando España, que es uno de los países más ricos del mundo, tiene un paro juvenil superior al 30%.
El problema de tener 169 metas es que se desvía la atención de lo realmente importante. ¿Es importante que todas las personas del mundo tengan un trabajo digno? Por supuesto, quién se va a oponer a ello. El problema es que eso está metido en una lista con otras 168 metas entre las que encontramos, por ejemplo, potenciar el turismo sostenible o crear espacios verdes para las personas con discapacidad. ¿Ustedes creen que en Somalia, Sudán del Sur o Sierra Leona están preocupados por el turismo sostenible? Los ricos del mundo no tenemos remedio y, en ocasiones, somos ridículos hasta límites insospechados tratando de exportar nuestro buenismo de niñatos acomodados a millones de personas que no saben qué van a comer esta noche.
El académico danés Bjorn Lomborg ha escrito un maravilloso libro titulado “Lo que sí funciona” (Deusto, 2023) donde nos habla de todo esto. Con un grupo de intelectuales de altísimo nivel han analizado el coste/beneficio de las 169 metas de los ODS, quedándose con las doce que más rédito dan a la humanidad. No se trata de argumentar que el resto de metas no son importantes, simplemente se trata de admitir que no tenemos recursos para arreglarlo todo a la vez y tenemos que focalizarnos en lo más importante. No puede ser igual de urgente erradicar la malaria que preocuparse por cultivar manzanas ecológicas.
Las conclusiones de sus estudios son abrumadoras, con 35.000 millones de dólares al año podríamos salvar 4,2 millones de vidas y hacer que los pobres del mundo fueran 1,1 billones (con b) más ricos cada año. Esos 35.000 millones de dólares, pagados entre todos los países ricos del mundo, no son absolutamente nada y marcarían una diferencia drástica en la situación real para millones de seres humanos. Para que ustedes lo pongan en contexto, los ricos del mundo nos gastamos cada año 150.000 millones en comida para nuestras mascotas y casi 115.000 millones en cosméticos. Cada año mueren en el mundo más de cinco millones de niños antes de cumplir los cinco años de edad, muchos de los cuales podrían seguir viviendo si hiciéramos un mejor uso de los recursos de los que ya disponemos. Es obvio que las Naciones Unidas y nuestros dirigentes no son capaces de hacerlo (o no quieren). Recuérdenlo la próxima vez que alguien con un pin de la Agenda 2030 en la solapa les mire a ustedes por encima del hombro con la cara bien untada con cremita. Esa cremita en la que nos gastamos más dinero que en ayudar a los necesitados de este mundo.

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