Opinión

La maqueta

Quien quiera conocer un futuro que nunca existió puede darse una vuelta por la Delegación de la Xunta en Vigo, donde se expone de nuevo la maqueta -en realidad, una réplica, la original se perdió de forma lamentable- de la ciudad que hace un siglo se imaginó Antonio Palacios. Una urbe a tono con los sueños de la época, que dejaron ordenaciones espectaculares como en Ensanche de Barcelona y monstruos como la Germania de Speer, que tampoco fue. El Vigo de Palacios se puede contemplar como un imposible entre otras cosas por la ingente cantidad de recursos económicos que habrían sido necesarios para su puesta en marcha, siquiera parcial; pero también como un intento serio por que Vigo fuera una ciudad desde sus inicios y no una pequeña villa en expansión, que se fue tragando ayuntamientos y parroquias, y que todavía, un siglo después, sigue en construcción. 

El Plan de Urbanismo de Palacios planteaba ideas tan avanzadas entonces como unir la ciudad con la playa para darle potencia turística -lo que todavía no está completado del todo- y trazar grandes avenidas, algunas de ellas perpendiculares al mar, así como un gran puerto para pasajeros. Destacaba por encima de todo la idea de que Vigo tendría que ser una gran urbe, de medio millón de habitantes -entonces apenas superaba los 100.000- y la cabeza de Galicia. Así que también contemplaba un palacio regional -así lo llamaba- en la cumbre del Castro, pese a que todavía no se había aprobado el Estatuto de Autonomía. Para hacer todo eso, obligaba a demoler todo el Vigo conocido, incluyendo el castillo, todo el Casco Vello y los edificios existentes, algunos muy valiosos, salvo dos: la Concatedral y el teatro García Barbón, este último diseñado por el propio Palacios. El arquitecto quedó muy desilusionado con la anulación del Plan tras la guerra civil y vaticinó que Vigo no sería más que una confederación de aldeas, una maldición en la que lamentablemente sí acertó, por cierto.

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